ALGO MÁS QUE PALABRAS
ES IMPORTANTE COOPERAR EN EL RESPETO MUTUO
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Hace unos días paseando por una suculenta comarca española situada en el extremo meridional
de la provincia de Granada, concretamente por su Costa Tropical, me sorprendió un grupo de niños, de no
más de doce años, invitándome a comprar unas piedras que ellos mismos habían pintado. O en su defecto,
les diera algunas monedas porque decían: "no tener dinero". Realmente me costaba dar crédito a lo que
estaba oyendo, fundamentalmente en un lugar privilegiado por su propia riqueza natural, que contradice a
ese trabajo infantil estrechamente vinculado a la pobreza. Rápidamente me di cuenta, que aquí la
indigencia era otra, a estos chavales lo que les faltaba quizás fuese una familia estructurada, que se
preocupase por ellos; y, sobre todo, una educación en valores. Si así no fuere, estos mozalbetes ante la
negatividad a comprarles algo, no hubiesen actuado con deprecio hacia mí, máxime cuando me había
interesado por su trabajo artístico. Únicamente querían dinero. La mundanidad les ha robado hasta la
inocencia. Ya no digamos el respeto generacional.
Días después, tras reflexionar sobre esta situación vivida, pienso que el derecho a la educación
sigue siendo un concepto abstracto, alejado de la realidad de la vida cotidiana, inclusive en países que
tienen sobre el papel un conjunto de acciones formativas diversas, obviando que la consideración por los
otros es la primera condición, tanto para saber vivir como para acertar a convivir con los demás. Ante
este cúmulo de despropósitos, pensaba que es un acierto o un principio de buen tacto, que este año
coincidiendo con el Día Mundial contra el trabajo infantil (12 de junio), se haga un llamamiento a favor
de una educación de calidad, gratuita y obligatoria para todos los niños hasta por lo menos la edad
mínima de admisión al empleo, emprendiendo acciones formativas integrales para llegar a aquellos críos
que únicamente viven en el mundo de los derechos y sin ningún deber. Efectivamente, hay que decir ¡no
al trabajo infantil!, pero también hay que decir ¡sí a una educación que nos forme como personas
responsables!. Por supuesto, no podemos omitir que cada día son más los menores de esta parte del
mundo desarrollado, donde la educación básica está garantizada, que agreden, no solo a indigentes,
también a sus propios progenitores. Ante estas circunstancias lo peor es permanecer pasivos, cuando lo
prioritario, debería ser garantizar una red asistencial que de una respuesta directa y adecuada a este
fenómeno emergente.
Convencido, pues, que hoy muchos de los niños tienen más necesidad de respeto que de pan, y
teniendo en cuenta que la deferencia a uno mismo es el primer eslabón educativo, creo que es hora de
reflexionar más allá del sometimiento a los mercados, algo que es despreciable por principio. No
olvidemos que sí importante es que la economía global active oportunidades y cree empleos para todos,
también es fundamental forjar personas que sepan cohabitar, gobernarse a sí mismos, con estilo de vida
saludables, preocupados por sus semejantes, puesto que la educación no es un mero asunto de
aprendizaje, es también una tarea que consiste en obtener lo mejor de uno mismo, para poder compartir y
comprender. Dicho lo cual, estimo importante incidir en la idea de que la forma de comportarse de un
chaval siempre es aprendida. Por consiguiente, también se educa para que tengamos conciencia de lo que
somos y de lo que aspiramos a ser, sobre todo para adquirir conciencia de la justicia. En este sentido, nos
alegra que Alemania conmemore este año el veinticinco aniversario de la reunificación del país y Merkel
haya querido agradecer la contribución de Estados Unidos, y que pese a las diferencias de opinión que
naturalmente las habrá, subrayase esa alianza cooperante, cuando menos por un mundo más humano. Son
estos referentes morales los que en verdad nos hacen respetarnos; sin embargo, cuando los que mandan
pierden la vergüenza, también los que obedecen pierden la estima por el otro. Seamos coherentes.
La cooperación, junto con la coherencia, es el elemento clave para un progreso verdadero de la
especie. Tan solo desde la universal acción recíproca, sin alardes ni comparaciones, se puede avanzar y
subsistir. Cualquier humano, por muy ínfima que nos parezca su hazaña, es necesaria. Tenemos que
agilizar la colaboración en áreas de protección ambiental, en cuestiones educativas, en control de tráfico
de drogas y en el comercio con vidas humanas, en temas de sanidad, y en todos los lenguajes hallar
convergencias para que podamos dar pasos adelante. Desde luego, el cambio es inevitable ante un mundo
globalizado que requiere un camino de unidad, que tal vez comience por estar dispuestos a escuchar más
y a entender mejor. Me consta que hay un profundo deseo de redescubrir nuestro propio sentido
existencial, pero a la vez hemos de reconciliarnos, y tener otros horizontes. Igualmente, creo, que hay un
interés por el ser humano, por todo ser humano, y en verdad este signo es esperanzador, puesto que
contempla al ciudadano como protagonista de los más altos valores de la vida social y de las relaciones
entre culturas. Tal vez necesitemos para ello, otro espíritu más libre, porque el pensamiento como la fe
religiosa no se dirige únicamente al culto a una opción o a un Dios, sino que educa a las personas en un
sentimiento auténtico de igualdad y fraternidad, donde el respeto mutuo es atributo de esencia.
Urge, en consecuencia, establecer procesos de distensión política, que inspiren otra forma de
gobierno más cooperante, en el que las controversias que puedan surgir, se aminoren con el interés del
bien colectivo, o sea, del bien global. Esta es la cuestión, más allá de los posibles resentimientos, han de
impulsarse el respeto a los derechos humanos como factor cardinal de lo armónico. El ser humano es
esencialmente social, y su desarrollo depende en gran medida de la colaboración entre unos y otros. De
ahí, lo necesario de estimular la creación de entornos favorables para que las personas convivan pensando
más en el bien colectivo que en sí mismos. A este respecto, el director general de la Organización de
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), recientemente a reivindicado que todo el
mundo debería unirse a un movimiento global para acabar con el hambre y la desnutrición de una vez por
todas. Yo añadiría que, además, la autentica expresión de solidaridad fraterna nace, justamente, del
interés del ser humano por sí mismo, por sentirse persona de luz y no de tinieblas, por hallarse respetado
por los suyos.
Por otra parte, volviendo al tema de la educación, que aunque ya sabemos que es un derecho
fundamental y un bien público, me alarma que nos quedemos en los meros conocimientos. Pienso que se
ha de avivar mucho más el pensamiento crítico, la creatividad, el diálogo y la resolución de problemas, la
solidaridad y los valores que nos fraternicen. Tan importante como conocer es convivir, saber estar en el
mundo, y en esto, los sistemas educativos han de promover una cultura del sosiego y de la tolerancia,
trabajando por superar toda forma de conflicto que pueda surgir. Evidentemente, yo propiciaría un
renovado pacto mundial, con las cualidades sublimes que infunde el respeto, lo que requiere una nueva
generación de ciudadanos globales activos, formados de otra manera a como se ha venido haciendo hasta
ahora. Ha llegado el momento de la ilusión por una convivencia plural, con una actitud de servicio
permanente, y con unos comportamientos más dialogantes para potenciar esa cultura del encuentro, tan
necesaria como imprescindible. Por eso, para educar a un niño antaño hacía falta una tribu, o al máximo
un pueblo, hoy se necesita un mundo, para que podamos abrir la mente y el corazón a este globalizado
contexto, donde el respeto, más que gobernar nuestras vidas, reine en cada alma humana.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
7 de junio de 2015