¿Es que no se da cuenta?
P. Fernando Pascual
6-6-2015
Es una de las quejas que provocan dolor e incluso rabia: ¿es que no se da cuenta?
Sí: parece que un familiar no se da cuenta del ruido que provoca al cerrar su puerta con un portazo. O
que un compañero de trabajo no se da cuenta de lo molesta que es su manera de limpiarse la nariz. O
que un conductor con el que nos encontramos casualmente no se da cuenta de lo peligroso que fue al
aparcar sin la menor señal de aviso.
Además, si el comportamiento que nos resulta tan molesto se repite un día, y otro, y otro, en casa o en
el puesto de trabajo, la tensión se acumula hasta las estrellas...
Este tipo de situaciones pueden servir para realizar un pequeño autoexamen: ¿no habrá en mí actitudes
o comportamientos a los que no presto atención pero que hieren de algún modo a quienes están a mi
lado? No hay mejor manera para mejorar las relaciones humanas que empezar con cambios en uno
mismo.
Después podemos preguntarnos: lo que hace el otro, ¿es realmente tan negativo? ¿Merece una palabra
de reproche, una corrección directa para que se dé cuenta de lo que hace?
Si las respuestas a esas dos preguntas son positivas (objetivamente positivas, no según gustos o
preferencias que puedo dejar de lado), tengo que preguntarme: ¿sirve para algo el que se lo diga? ¿Y
cómo hacerlo?
No tiene mucho sentido ofrecer una corrección a quien sabemos lo va a tomar a mal o no pondrá
ningún esfuerzo para superarse. En cambio, si hay esperanzas de mejora, una palabra oportuna, desde
un cariño verdadero, podrá, al menos en principio, ayudar al otro a darse cuenta de algo a lo que no
daba importancia y así empezar un camino hacia el cambio.
De nuevo, el portazo. Sí, parece que no se da cuenta. Pero vamos a ver cómo ayudarle, mientras nos
esforzamos por conservar la propia calma. Y, siempre, podemos rezar a Dios para aprender y practicar
dos pilares de la vida cristiana: soportar con paciencia los defectos de otros, y corregir al que yerra, si
sabemos hacerlo de modo adecuado.