ALGO MÁS QUE PALABRAS
EL VERDADERO PROGRESO QUE QUEDA POR LLEGAR
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Los seres humanos tenemos una gran asignatura pendiente, que no es otra que el retorno a una
cultura modelada por los abecedarios nativos de un corazón auténtico, para que podamos entender el
lenguaje del amor, y nos despojemos de una mentalidad que todo lo divide, en lugar de fraternizar; que
todo lo fundamenta en la sospecha, en la confrontación y en la rivalidad, en vez de vincularlo al don de la
reconciliación y a la grandeza de un impulso armónico. Lo que desde un punto de vista egocéntrico,
puede parecernos imposible, irrealizable y, tal vez, hasta inaceptable, otro espíritu más desprendido puede
hacernos comprender que la tolerancia es la mejor virtud para sanar cualquier herida. Evidentemente,
hemos de volver a conectar con el pulso de un ánimo níveo; además tenemos que propiciar
entendimientos, dejarnos envolver por esa sintonía armoniosa entre ascendientes y descendientes, para
poder restablecer un clima de sosiego mayor del que conocieron nuestros antepasados. Este es el
verdadero progreso que queda por llegar.
Ciertamente, no podemos dejarnos tranquilizar por estos poderes mundanos, tan injustos como
escandalosos en la mayoría de las veces, es necesario proceder a testimoniar otros mensajes más
reconciliadores con la propia especie humana. Por eso, siempre es bueno que se reanuden conversaciones,
aunque sólo sea para poner fin a acciones unilaterales que erosionan la convivencia. Las detenciones
arbitrarias, que por cierto cada día se producen con más descaro por todo el planeta, han de poner fin en
un mundo de ciudadanos libres. Cada persona tiene derecho a tener voz y a ser oída. Al respecto, resulta
bochornoso que diversas autoridades internacionales de máxima solvencia, vengan reiterando desde hace
un tiempo la llamada a las autoridades venezolanas para que pongan en libertad a todos los recluidos por
el simple hecho de ejercer el derecho a la libertad de expresión. Convendría recordar a todos los pueblos,
pues, que el progreso es la superación de todas las dependencias, es avance hacia esa autonomía que todos
nos merecemos por cuestión de dignidad. Jamás trunquemos las alas del pensamiento a un semejante
nuestro. Sería como cerrarnos caminos.
Cuando el ser humano piensa únicamente en sus propios intereses, cuando se deja fascinar por
los ídolos del dominio y del poder, resta independencia, y en lugar de abrirse la puerta a la esperanza, se
abre la puerta a la violencia. Sin duda, en cada agresión hacemos renacer lo peor de nosotros y es como
una vuelta a nuestro estado salvaje, del que debemos salir más pronto que tarde. A propósito, un nuevo
informe regional de Naciones Unidas presentado recientemente en Bruselas, muestra las grandes barreras
que afrontan los menores en la búsqueda de soluciones para hacer justicia por los abusos y discriminación
que padecen. Desde luego, una sociedad que no logra hacer justicia, auxiliar a los que sufren, difícilmente
se humaniza. De ahí lo importante que es reprender a los subversivos, reanimar a los temerosos, incluir a
los excluidos, sustentar a los frágiles, instruir a los mezquinos, avivar a los débiles, moderar a los
ambiciosos, estimular a los perezosos, reprobar a los malos, liberar a los oprimidos, esperanzar a los
pobres; y, a pesar de los pesares, amarlos a todos. No perdamos la esperanza. El final del ser humano no
puede ser perverso a poco que cultivemos el amor, aunque no sea a jornada completa, pero si lo
conjugamos con el amar para todos los tiempos y edades, seguro que encontramos algo prodigioso.
En consecuencia, lo que nos hace progresar, puede que esté en no esquivar sufrimiento alguno,
sino en la capacidad de aceptar los sinsabores, en madurar con ellos, para reencontrarnos con nuestras
propias raíces humanitarias. Quizás nuestra grandeza esté anclada esencialmente por su relación con el
sufrimiento y con el que sufre. Sin obviar de que todos tenemos una estrella, que antes o después nos
engrandece. O sea que nos asciende. A lo mejor hemos vencido al propio mundo nuestro sin apenas
darnos cuenta, ese que pensábamos instaurar como perfecto y que ahora, como ayer y acaso mañana, se
tambalea. Seguramente para regresar al universo de la poesía, con el que personalmente sueño a diario,
tengamos que ser más conciencia que cuerpo, más hálito que endiosamiento, más comunión que
desunión, más de los demás que de nosotros mismos en definitiva.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
3 de junio de 2015