Peleas por herencias
P. Adolfo Güémez, L.C.
«¡No me importa! Él no me pidió permiso para agarrarlo.» Son las palabras que un niño de
ocho años le dirigió a su mamá cuando ella le mandó que le prestara un juguete a su
hermano. ¿Te suena?
Esto, que se da con frecuencia en la infancia, se repite aún con más frecuencia en la vida de
los adultos. Porque, al parecer, llevamos la ambición tan metida en nuestro corazón, que
difícilmente logramos erradicarla del todo.
Cuentan de un joven que se acercó al santo ermitaño y le preguntó: «Señor ermitaño, ¿qué
piensas del dinero?». El viejolo llevó a un rincón de su cabaña y le dijo: «Mira a través de
esta ventana. ¿Qué ves?» «Veo el bosque, veo el camino que me trajo hasta aquí, veo tus
vacas que están comiendo, veo el sol…ᄏ. ᆱMuy bien –le respondió–. Ahora ven acá.» El
ermitaño llevó al joven a un espejo y le hizo la misma pregunta: «¿Qué ves?» «Pues sólo
mi propia imagen», le respondió. El santo lo miró fijamente y afirmó: «Así es. Y sin
embargo, tanto la ventana como el espejo están hechos de vidrio, la única diferencia es una
leve capa de plata, que basta para que el hombrese vuelve incapaz de ver otra cosa que a sí
mismo».
Es realmente increíble el poder que un poco o un mucho de dinero puede ejercer sobre
nuestros corazones. La fuerza de la ambición es incalculable, y si no estamos atentos, nos
puede hacer perder la verdadera perspectiva.
Por eso son tan comunes las peleas por cuestiones de herencia. Un hecho penoso, a la vez
que desastroso. Porque puede llegar a convertirseen peleas que llegan a desatarsentimientos
de soledad, rencores e iradurante años, si no es que durante vidas enteras. ¡Y todo por
laambición de los bienes materiales!
Esto es particularmente fuerte cuando el problema se da entre hermanos, pues se abre el
camino a experiencias demasiado dolorosas. Porque nada daña más al alma, que el
conflicto con una persona amada.
Cuando tengo la oportunidad de escuchar apersonas que sufren de esto, me doy cuenta que
se pueden haber topado con injusticias, abusos y traiciones. Pero a pesar de todo, nada –
absolutamente nada– puede justificar el rompimiento de una relación tan sagrada como la
fraterna.
La Biblia nos relata el conflicto entre hermanos desde los primeros instantes de la
humanidad, con la historia de Caín y Abel.
Después de que Caín mató a Abel, Dios le pregunta: «¿Dónde está Abel, tu hermano?» (cf.
Gen 4, 9a). Es una pregunta que el Señor sigue repitiendo en cada corazón. Y no puede
haber respuesta más amarga que la que Caín le dio: «No sé; ¿soy yo el guardián de mi
hermano?» ( Gen 4, 9b).
Pues sí, cada uno es guardián del otro, porque en el amor no puede haber indiferencias.
Todos conocemos a familias que pasan por este tipo de situaciones, o tal vez yo mismo la
estoy sufriendo ahora. No podemos permitir que nada ni nadie se interponga entre nosotros
y aquéllas personas a las que tengo el deber de amar.
Claro que puedes ser víctima de una gran injusticia, ¿pero no es precisamente por eso que
el mismo Dios se sometió al peor de todos los abusos, para enseñarnos cómo responder en
estas situaciones?
¡Nada puede ser más valioso que el amor y que un corazón en paz! No dejes jamás que la
ambición tome presa tu vida. Más bien, vive con la libertad del pobre, que nada lo ata,
porque su corazón está siempre lleno de Dios.
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