ALGO MÁS QUE PALABRAS
HAY QUE ARMONIZAR LAS CULTURAS
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Confieso que la vida me fascina y, sobre todo, el sueño de vivir, de hallarse y de celebrar el
disfrute del tiempo, tanto del vivido como del tiempo que nos queda por vivir, hasta alcanzar a vislumbrar
que todo tiene su grandeza y también sus miserias. De ahí que la máxima prioridad de la especie humana,
apreciando que una ilusión junto a otras visiones se convierte en realidad, ha de ser la autenticidad del
amor, o sea un crecimiento más del espíritu que de la materia, y así, de este modo, concentrar menos
venganzas y más reconciliaciones para que el orbe subsista armónicamente ante el cúmulo de
discordancias que nos invaden. Para Nelson Mandela, como para cualquier ciudadano de amplitud de
miras, su ideal más querido es el de una sociedad libre y democrática en la que todos podamos vivir en
armonía y con iguales posibilidades. Evidentemente, el mundo tiene que fraternizarse, y lo que ahora
puede parecer una quimera, será la gran conquista de la humanidad. Claro está, tendremos que
despojarnos de la mentira, luchar contra las injusticias, liberarnos de ataduras que nos aniquilan, desandar
caminos competitivos, reflexionar -en definitiva- más interiormente para poder amparar toda existencia
por minúscula que nos parezca. Para ello, hemos de poner todo nuestro intelecto en ser servidores y jamás
dueños de nadie, en ser ciudadanos dispuestos a abrazar la verdad y en sembrar de sonrisas nuestro
camino, que la paz va con uno y no hay que buscarla por fuera.
Ya sabemos que no habrá sosiego mientras perduren nuestras desventuradas hazañas, como son
las opresiones de los pueblos, las inmoralidades y los desequilibrios económicos, la intolerancia y la
discriminación, el caos y el desorden. Tampoco se trata de legislar más para reducir los riesgos, sino de
legislar con otros horizontes, quizás los de la universalidad natural, para mejorar su cumplimiento. Las
finanzas no pueden dirigir nuestras vidas como vienen haciéndolo. Tenemos que construir otra tierra,
donde el mercado sirva al ser humano, y no viceversa. Al final, todo hemos de centrarlo en la persona
como conjunto, como sueño, teniendo en cuenta que nada sucede a menos que primero sea un deseo. Y la
gran aspiración de este linaje, en el momento actual, ha de ser menos palabras y más hechos, o si quieren,
más concreción y menos abstracciones. Esta realidad de trabajar todos para todos hay que entenderla bien.
El ciudadano, por ende, ha de poner más entusiasmo en las acciones que en los dichos. Quien ama nada se
le resiste y hasta los sueños dejan de ser sueños. Es un poco el protocolo del instinto natural: tenía hambre
y me has dado de comer, sin importarte nada. Considérese, pues, que al ser humano sólo le puede salvar
su análogo. No somos islas, y la verdadera donación no puede aislarse en unos pocos, porque si se
encierra no es amor, y al final acabará buscando su propio provecho o el interés de unos pocos.
Bajo este pensamiento de lo global hemos de encauzar nuestra propia existencia. Hace tiempo
que lo vengo reivindicando en sucesivos artículos y no cesaré de hacerlo, porque esta vida es de todos y
de nadie en particular. Únicamente podremos hallar soluciones adecuadas si actuamos unidos y acordes.
Existe, por tanto, un notorio, definitivo e inaplazable imperativo ético de pasar de las palabras a los
hechos. En este sentido, es por ejemplo, un gesto de avance que Italia haya sido designada como país
anfitrión de las celebraciones globales del Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio) en un anuncio
hecho público de forma conjunta por el gobierno italiano y el programa de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente. Igualmente resulta significativo que dicha jornada avive el uso eficiente de los recursos
y la producción, así como un consumo sostenible en el contexto de la capacidad regeneradora del planeta,
tal y como capta el eslogan, por cierto elegido por la comunidad mundial a través de sus votos en las
redes sociales, refrendando de esta manera el carácter planetario de dicha onomástica: "Siete mil millones
de sueños. Un solo planeta. Consume con moderación". Está visto que, mientras hay vida, siempre está la
esperanza de no desistir de los sueños. Quizás deberíamos permanecer más atentos a este tipo de señales,
puesto que son estas conmemoraciones, donde aparte de subrayar la posibilidad de trabajar unidos, lo que
hace que la vida se muestre interesante. Téngase en cuenta, además, que así como una jornada bien
empleada genera un dulce sueño, también una existencia moderada, entregada al bien común, de igual
forma causa una dulce muerte. Sólo hay que mirar y verlo que así es.
Naturalmente, cualquiera que conserve la capacidad de ver la belleza como parte de sí jamás se
entristece y camina con la fuerza de la juventud, deseoso de hacer camino sobre la propia existencia. Es
verdad que, en nuestros días, el ciudadano admirado por sus propios descubrimientos, se endiosa pero, a
la vez, también se angustia sobre la evolución del mundo. Muchas veces camina como perdido y llega a
no reconocerse y rechazarse. Otras veces recapacita, y esto es bueno, sobre el sentido de sus esfuerzos
individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad, e intenta abrir nuevos
sueños poniéndose a disposición de la ciudadanía. Tal vez tengamos que renovarnos como sociedad,
como familia humana, juzgando menos y donándonos más. Al fin y al cabo, nuestro dinamismo creativo
es nuestro principal anhelo, pero no podemos caer en contradicción. Activar la coherencia con nuestra
voluntad ha de ser prioritario. De lo contrario, seguiremos reivindicando de palabra la libertad, mientras
la realidad será otra, y seremos más esclavos que nunca, tanto social como psicológicamente. Lo mismo
sucede con el poder, en lugar de estar al servicio de toda la humanidad, conviviremos con otras
situaciones que amenazan con destruirlo todo. Esta es la gran inquietud que debe hacernos recapacitar, al
menos para optimizar nuestras actitudes, nuestro espíritu de concordia, nuestro vinculo de familia
fraterna.
Indudablemente, el curso de los acontecimientos a veces nos deja sin palabras. Sin duda, el
espíritu técnico nos aproxima más unos a otros, también el espíritu científico nos ayuda a vivir más y
mejor, pero hace falta otro espíritu, el humano, para que nos transformemos en ciudadanos compasivos,
en individuos con sentido de estirpe, en pobladores solidarios más allá de las buenas intenciones.
Necesitamos socializarnos desde la fraternidad. O si lo prefieren desde el amor más profundo. Esta es la
clave y ha de ser nuestra nueva mentalidad, nuestro renovado espíritu crítico, lo cual hace que el ser
humano tenga un sentido más vivo de pertenencia al linaje. Por consiguiente, ha de afianzarse la
convicción de que los seres humanos nos pertenecemos unos a otros y, en consecuencia, hemos de
perfeccionar el dominio sobre las cosas que nos circundan. No olvidemos que todos tenemos capacidad
de discernimiento para dirigir correctamente las fuerzas hacia una comunidad universal, que se alimente
del amor, o bien optar por aplastarnos con poderes que no dejan ni interrogarnos, y que en absoluto van a
respetarnos como habitantes. Por ello hay que insistir sobre todo en que las culturas han de armonizarse,
lejos de cualquier poder político o económico, con el único referente de que los sueños son posibles y de
que la vida es una permanente sorpresa de que vivo para los demás y no para mí. Con razón una vida no
ofrecida tampoco merece continuidad alguna. Eso me parece a mí. Que cada lector responda para sí.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
31 de mayo de 2015