Volver a lo esencial: Cristo
P. Fernando Pascual
23-5-2015
Un escritor francés del siglo XX, Jean Guitton, publicó un libro titulado, en su traducción castellano,
“Silencio sobre lo esencial”. El título ya dice mucho y sirve para pensar. ¿No ocurre que a veces
olvidamos lo esencial?
Porque si nos preocupamos más del fútbol, o de cómo aderezar la comida, o de los caprichos que
llegan y pasan, o de las últimas fotos a subir a Internet, o de un juego electrónico, o de lo que dicen los
chismes... es que hemos perdido el norte y dejamos de lado lo esencial.
Necesitamos urgentemente volver a lo esencial. Y lo esencial está en el sentido auténtico de la vida
humana, en su destino eterno, en el mensaje que trajo Jesús el Cristo, en la verdad que ilumina el
presente y nos lleva a lo eterno.
Lo esencial no coincide, por lo tanto, ni con las modas, ni con los caprichos, ni con las presiones de
familiares y amigos. Lo esencial está en el mensaje cristiano, que arranca de un hecho extraordinario:
Cristo se encarnó, nació, predicó, hizo milagros, padeció, murió y resucitó por nosotros.
Al volver a lo esencial, reordenamos la propia existencia. Damos su importancia a los sacramentos,
especialmente a la Eucaristía y a la Penitencia. Decidimos orar en algún momento durante el día.
Leemos la Biblia, especialmente el Evangelio.
También ordenamos la vida cotidiana. Esa vida que implica arrepentimiento, romper con el pecado en
todas sus formas, y cambiar (convertirnos). Esa vida que reconoce el primer mandamiento y el que le
es semejante: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y
con todas tus fuerzas. (...) Amarás a tu prójimo como a ti mismo” ( Mc 12,30-31).
El mundo moderno, y todos los que creemos ser católicos, necesitamos romper el silencio sobre lo
esencial. Sólo así nuestra vida tendrá su sentido completo y bueno.
Entonces dejaremos de vivir “a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de
la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error” ( Ef 4,14); y diremos, con los
labios y el corazón, lo único realmente importante, lo esencial: “Cristo Jesús es Señor para gloria de
Dios Padre” ( Flp 2,11).