¿Dónde están los papás?
P. Adolfo Güémez, L.C.
Ayer comentaba con un grupo de matrimonios la dolorosa noticia del asesinato de un niño
de 6 años, presuntamente mientras otros cinco menores “jugaban” a secuestrarlo. Todo
sucedió en Chihuahua, uno de los estados más violentos del país.
La muerte ocurrió hace ya una semana, pero no deja de conmocionar a cuantos conocen la
noticia. ¡Y no es para menos!
Como afirmó el fiscal Almaraz Ortiz, más que un problema policial, este caso refleja «un
factor de descomposición social». Pero, ¿a qué causas obedecen?
Según mi humilde opinión, una de las principales puede deberse a la creciente ausencia de
los padres en la educación de los hijos.
La primera ausencia es la física, que puede tener varios motivos. El principal es el exceso
de trabajo por parte de ambos cónyuges, lo que les lleva a poder brindar poco tiempo al
cuidado de sus hijos.
En una sociedad cada vez más cara, que en lugar de favorecer, parece querer impedir el
tener familia, es cada día mayor el número de hombres y mujeres que deben trabajar más
allá de lo normal.
En estos casos la ausencia es entendible, porque no se debe a un abandono, sino a una
necesidad apremiante para poder cubrir lo indispensable. Esto es perfectamente justificable,
y estoy seguro que los niños tienen un sexto sentido para darse cuenta de que no están
abandonados.
Sin embargo, dicha situación no es equiparable a la de otros adultos que no trabajan para
vivir, sino que parece que viven para trabajar. Son aquéllos que se han dejado invadir por la
avaricia, ese vicio que nos lleva a querer tener más y más, sin importar los sacrificios.
«Ahora sí, nada más termino de pagar esta deuda y ya le paro». Lamentablemente, al poco
tiempo el coche, el celular, el vestido o la bolsa que tenía ya resultan viejos y pasados de
moda, lo que les lleva a una nueva deuda, y con ello a un mayor abandono familiar.
No podemos permitir que el deseo de poseer se sobreponga al deseo de amar y de educar a
los propios hijos. Porque ellos prefieren tener unos padres presentes, aunque pobres y
austeros, a otros ausentes, aunque llenos de lujos.
Otro tipo de ausencia es la de la autoridad, donde muchos padres toman la posición cómoda
y sencilla de abandonar la labor de la educación en manos de otros, principalmente los
colegios.
«Para eso pago», dicen. Y con esa frase se quitan de sus conciencias el deber más sagrado
que todo padre tiene: velar por la educación de sus hijos.
Como dijo el célebre expresidente de Uruguay, José Mújica: «Si el hogar fracasa, no le
pidamos al docente que arregle los agujeros que hay en él, hay docencia y formación en
cada madre que se preocupa por la suerte y formación de sus hijos, dónde están y dónde no
están (…), y esto tiene tanta importancia como la docencia, porque es el ejemplo
formador».
Pero quizá la peor de todas las ausencias es la afectiva. En un hogar donde no hay cariño,
donde sólo se encuentran regaños, riñas y exigencias, el niño no puede desarrollar una
personalidad sana. En una casa donde no hay risas, sanas complicidades, abrazos y besos al
por mayor, el niño terminará por buscarlos en otra parte, subsanando los vacíos que esto
crea, de una manera quizá poco adecuada.
Papás, mamás, ¡ustedes son lo más importante que puede tener su hijo! No se escondan, no
huyan de ellos, no les tengan miedo. Tómenlos en sus manos, y ayúdenles a ser los
protagonistas de una sociedad más justa y llena de amor.
Ellos no los necesitan millonarios, los necesitan presentes. Ellos, en el fondo de su corazón,
no quieren cosas, quieren amor.
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