A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS
LA PARÁBOLA DE LA LÁMPARA
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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La Palabra:
En el Evangelio de Lucas, Jesús dijo:"Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar
escondido o cubrirla con un cajón, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan luz. Tus
ojos son la lámpara de tu cuerpo. Si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de la luz; pero si está nublada,
todo tu ser estará en la oscuridad. Asegúrate de que la luz que crees tener no sea oscuridad. Por tanto, si todo
tu ser disfruta de la luz, sin que ninguna parte quede en la oscuridad, estarás completamente iluminado, como
cuando una lámpara te alumbra con su luz." Lucas 11:33-36
Reflexión:
Hoy más que nunca necesitamos claridad para proseguir el camino. Por desgracia, navegamos en la
confusión, y más bien sin entusiasmo. Andamos sumidos en la oscuridad, hambrientos de luz, nos falta reencontrar
nuestra propia lámpara, y no escondernos tras de sí. Y es que el cauce de la verdadera luz (la de la fe) nos ilumina en
cualquier esquina. Debemos estar predispuestos a recibirla, a dejarnos transformar por ella para encauzar el presente
y abrirnos al futuro. La luz del Resucitado nos trasciende más allá de nuestras debilidades y aislamientos. Por
consiguiente, sería bueno hacernos el siguiente propósito…
Si Jesus ha podido vencer a la muerte,
y hacer resplandecer plenamente la vida.
También nosotros, por su amor, venceremos;
a poco que nos dejemos, con sus ojos, orientar.
No ocultemos la luz a nadie; esa luz que ha sido revelada para crecer y recrearnos, para vivir y desvivirse,
para ser el amor que nos atrae hacia la Cruz, con lo que ello significa de reencuentro y eternidad. La respuesta se
halla en las palabras de Jesús a Nicodemo: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el
que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna". O sea vida verdadera y en abundancia. El Crucificado, que
realiza la itinerario de las tenebrosas noches por amor, nos insta a rejuvenecer espiritualmente; lo que producirá una
naciente primavera espiritual en todo ser humano. María, la Virgen, la Madre, nos muestra qué es el amor y dónde
tiene su origen; su fuerza siempre nueva nos renace cada día, sólo hay que buscarla. Por tanto...
Esta acción de amor es luz para nuestros pasos.
Es lámpara que nos ilumina, mecha que nos enciende.
Luminaria que nos envuelve y embelesa, que nos trasciende.
Hasta nacer de nuevo en la poesía, renaciendo del agua y del espíritu.
Indudablemente, tenemos que saber mirar y ver. En la persona de Jesús está la luz y también la autentica
vida. Asimismo, cada uno de nosotros, formamos parte de esa aurora apasionante, de esa lumbre asentada en el alma
del ser humano, que alumbra por los recónditos paisajes del mundo. Cualquiera que quiera ser brasa, como el sol para
el orbe, ha de comenzar por conocer a Jesús. La referida María, que cuenta con el verbo emanado del Creador, y lo
convierte en su propia dicción, hasta el punto que su abecedario germina de esa misma Palabra.. En consecuencia...
La luz es el mensaje del Evangelio.
Son verdades que hemos de compartirlas.
Son enseñanza de Dios que hemos de sembrarlas.
Sembrar para gloriarse, compartir para crecerse y vivir para recrearse.
Sin duda, somos hijos de luz, y como portadores de ella, hemos sido encargados para hacerla visible, sobre
todo para mostrar el camino del Señor a los que nos quieran oír, o mejor aún, a los que nos quieran ver en nuestras
propias obras. Con razón, nuestra existencia no es más que un caminar entre dos eternidades, la oscuridad y la
evidencia de la llama con la que nos encendemos y avivamos. En cualquier caso, tengamos presente siempre…
Que cuando falta la luz todo se vuelve borroso.
La nitidez en la mirada es lo que nos permite ver.
Ver que no todo es lo que dice ser; ni lo que dice ser, es.
Seamos el albor de la balada entre lo que vemos y lo que somos.
A poco que nos adentremos en esta parábola, descubriremos que realmente, el misterio del ser humano tan
solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado, testigo a la vez de la humildad de nuestro Creador. Ahí está la
indigencia de Cristo en la cueva de Belén y sobre la cruz; la expresión visible de la providencia más luminosa se
convierte en nuestro guardián. Justamente:
Hemos de caminar hacia la luz.
Y si la luz que nace en ti es noche, huye.
Y si la luz que yace contigo no es tal, rehúye.
Abandónate sólo a la luz, ampárate en la estrella.
Al fin y al cabo, todos tenemos la conciencia como juicio último concreto. Jesús alude a los peligros de la
deformación de la conciencia cuando advierte: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo
estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué
oscuridad habrá!” ( Mt 6, 22-23). En este sentido, Jesús dijo: “El que obra la verdad, va a la luz” ( Jn 3, 21). Al igual
que el sol tampoco espera a que se le ruegue para verter su resplandor, ni la luna espera a que se le implore para
derramar su reflejo, imitémosles y hagamos todo el bien sin esperar recompensa alguna. El destello de lo auténtico
nadie lo puede borrar. Únicamente María puede enseñarnos a descubrir la hermosura de un verdadero amor, y a ser la
luz que todo lo ilumina en medio de un mundo cuajado de incertidumbres y tristezas.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
Mayo de 2015.-