Curar las cegueras del alma
P. Fernando Pascual
25-4-2015
A base de pequeñas traiciones a la conciencia, el corazón puede endurecerse. Poco a poco inicia una
ceguera que dificulta ver el bien, la verdad, la justicia. Entonces alma queda encarcelada entre
caprichos y pecados que destruyen y que ahogan.
Son muchas las cegueras del alma. Desde perezas y cobardías, desde ambiciones y envidias, desde
lujurias y odios, desde orgullos y egoísmos, los ojos dejan de ver la luz y quedan prisioneros de las
tinieblas.
Como enseña san Juan, “quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no
sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos” ( 1Jn 2,11). San Pablo ofrece un análisis más
detallado del camino que lleva a la oscuridad y al pecado:
“Porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se
ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se
volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de
hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. Por eso Dios los entregó a las apetencias de
su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos. (...) Y como no tuvieron a bien
guardar el verdadero conocimiento de Dios, entrególos Dios a su mente insensata, para que hicieran lo
que no conviene: llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de envidia, de
homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios,
ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales,
desamorados, despiadados” ( Rm 1,21-31).
¿Cómo salir de ese estado de ceguera? ¿Cómo recuperar nuevamente la vista? Si nos dejamos curar por
Cristo, si le permitimos tocar nuestros párpados y humedecer nuestras pupilas, volveremos a ver la luz
(cf. Jn 9; Ap 3,18).
“Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” ( Ef 5,14b). Con el
Maestro podemos salir de las cegueras del alma. Entonces todo quedará iluminado de una manera
distinta, y nuestros ojos percibirán, gracias a la misericordia que cura, un horizonte maravilloso de
bondad y de belleza. Seremos así capaces de vivir la plenitud de la Ley: amaremos a Dios y a los
hermanos (cf. Mt 22,36-39).