Tener presencia de Dios
Rebeca Reynaud
San Juan Pablo II dijo que la Iglesia del futuro era una Iglesia de contemplativos:
profesionistas, sacerdotes, amas de casa, obreros, cocineros, humanistas,
religiosos, etc.
Uno de tantos modos de tener presencia de Dios es lo que el Señor le dijo a Santa
Faustina escribi￳ lo que el Se￱or le dijo: “A las 3 en punto, implora mi misericordia,
especialmente por los pecadores y, aunque sólo sea por un breve momento,
sumérgete en mi Pasión, especialmente en mi abandono en el momento de mi
agonía. Esta es la hora de la gran misericordia. En esta hora nada le será negado al
alma que lo pida por mí en virtud de mi Pasión” (Diario 1320).
“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, dice Jesús al final del
Evangelio de San Mateo. Y nos da una prenda de ese estar con nosotros en la
Eucaristía. Cuánta paz nos da que Jesús quiera estar con nosotros. El sufrimiento
de Dios es que no estemos con él. Muchas veces Él nos dice: “Piensa en mí, piensa
en mí”. Amar es pensar en Dios, es escucharlo. Amar es ante todo vivir para el ser
amado; pero Él tiene que quemar todo egocentrismo, y él nos ayudará a descubrir
todo lo que queda en nosotros de apego y de búsqueda personal. La capacidad de
encontrarlo está en nuestra fe.
Santa Teresa dice que hay que “mirar a quien nos mira”, porque la presencia de
Dios es hacer presente al Amigo para tener un encuentro personal con él. Esta
presencia supera la soledad que aísla. El hombre es relacional, busca convivir con
Dios y con los demás. La presencia de Dios es compartir todo con Dios, pedirle
ayuda y consejo y considerar los asuntos en su presencia.
La presencia de Dios nos ayuda a alejar las preocupaciones inútiles o inoportunas.
Dios nos podría decir: “¡No pierdas el tiempo olvidándome! Pensar en mí es
multiplicar por diez tu fecundidad. Encuéntrame en todo. Yo hago mías tus
intenciones y bendigo a cuantas almas me confías. Déjame conducirte a mi manera.
Yo pacifico todo lo que conquisto y comparto mi alegría luminosa con todo lo que
asumo. Mis caminos son a veces desconcertantes, trascienden la lógica humana, en
la humilde sumisión a mi proceder en donde encontrarás la paz y la fecundidad. No
cuentes contigo, cuenta Conmigo. Une tu oración a mi oración. Ten confianza, la
confianza es la forma de amor que más me honra y me conmueve. La confianza
que no se manifiesta se debilita y se esfuma. Conmigo no hay ni una sola dificultad
de la que no puedas salir victorioso. Yo estoy en lo más íntimo de cada persona,
pero ¡qué pocas se preocupan de ello! Llámame en las horas del dolor para que tu
cruz sea mi Cruz y para que así te ayude yo a llevarla con paciencia y valentía. Yo
te doy la fuerza y el valor de emprender todo lo que te pido. Esfuérzate por ser un
testigo de mi divina benevolencia. Da gracias por todo. Ofréceme el mundo entero”.
(cfr. Gaston Courtois, Cuando el Señor habla al corazón, San Pablo 1998).
Tener presente a Dios transfigura todo lo que hacemos. Cuando invitamos a Dios a
unirse a nuestro trabajo y a nuestra oración, todo lo que hacemos adquiere un
valor especial, un valor divino. Hemos de convencernos de que Dios siempre está
junto a nosotros.
En Hebreos 13,5 Dios nos dice: No te dejaré ni te abandonaré. Para ser buen
cristiano es imprescindible que el pensamiento y el corazón se orienten
instintivamente hacia Dios, como la brújula hacia el polo. Jesús nos está esperando
en el sagrario eucarístico y en el sagrario interior, y en el trabajo de cada día.
Venimos a la vida para eso, para estar con Cristo y para amarlo en la eternidad.
Hay que pedirle al Señor la gracia de una percepción más fina de todas sus
delicadezas, de su inmenso amor para con nosotros.
Las oraciones y sufrimientos producirán sus frutos en la medida de la intensidad de
nuestra unión con Dios. Dios es el que ora, sufre y ama en nosotros. El Amor
infinito nos ha amado hasta realizar verdaderas locuras: la locura del pesebre, la
locura de la hostia, la locura de la cruz. ¿Cómo corresponderle? Invocándolo como
al mejor amigo, al amigo íntimo, con quien siempre se cuenta; olvidando las
ofensas como si nunca hubieran existido.
Don Javier Echeverría decía a sus hijos: “Querría que pensarais si rezáis de veras, a
fondo, llevando el peso de la Iglesia y de las almas. Durante el trayecto de hoy,
¿cuántas jaculatorias habéis dicho por las personas con las que os cruzabais?
¿Cuántos actos de desagravio, al ver que algunas van mal vestidas? Que os
interese cada alma, gastad vuestra vida para hacer un apostolado cada vez más
intenso”.
“Para que el tiempo se multiplique hemos de tener más presencia de Dios”. El
corazón necesita distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. La persona
que ama encuentra siempre tiempo para quien ama.
Escribe el poeta Amado Nervo:
“Se￱or, Se￱or, Tú antes; Tú después, Tú en la inmensa
hondura del vacío y en la hondura interior;
Tú en la aurora que canta y en la noche que piensa;
Tú en la flor de los cardos y en los cardos sin flor”.
La presencia de Dios, si es auténtica, se traduce en un trabajo bien hecho, en las
Normas de piedad bien cumplidas, en una caridad fina, en saber pedir perdón, en
espíritu de servicio, en apostolado, en facilitarles la vida a los demás.
Benedicto XVI escribe en la Encíclica Deus caritas est, n. 37: “La familiaridad con el
Dios personal y el abandono a su voluntad impiden la degradaci￳n del hombre”.