EL VIEJO MATÍAS
Con esa canción comencé a gustar las canciones de Víctor Heredia.
Siempre ha ejercido, sobre mí, una inexplicable fascinación.
Quizás una de esas realidades que me gustaban de la canción es su
comparación del personaje con un gorrión.
La misma comparación realiza Serrat en su canción “Lucía”.
No puedo negar mi fascinación por los gorriones, su vida en libertad y las
enseñanzas que poseen para nosotros.
Hoy en día la canción cuyo título utilizo en este artículo ha adquirido una
dimensión especial.
A aquel personaje, para mí completamente desconocido, le puedo poner el
rostro de un personaje de nuestra ciudad.
Creo que es, como los que hay en todas las ciudades, uno de esos
personajes que son parte del paisaje ciudadano.
Uno de esos personajes que crecen y viven gracias a la simpatía que
despiertan desde su originalidad.
Uno de esos personajes que reciben constantes muestras de afecto y
permanentes bromas que motivan su rápida reacción.
Lo suyo es más lo de “un gorrión” de las calles que lo de un habitante de la
ciudad.
Con él sucede lo mismo que con ese gorrión que puede pasar sin que a
nadie le importe el lugar donde vive, lo que come o la razón de sus gritos
que suelen pasar desapercibidos.
Sabemos de él en cuanto le vemos pero no prestamos mucha mayor
advertencia de su presencia.
Muy pocos saben su nombre o el lugar donde pernocta y, mucho menos, si
posee algo para decir.
Hablaba y nadie prestaba la atención a lo que decía.
Por ello hablaba para que nadie le escuchase.
Transmitía partidos de fútbol jugados en su imaginación o transmitía domas
que únicamente él había presenciado.
En oportunidades mantenía prolongadas conversaciones con alguna persona
desde algún “llamador” (celular) imaginario.
Quizás su hablar sea, un poco, el canto del gorrión que desde alguna
cornisa chilla sin que ningún transeúnte se detenga a escuchar.
Puede ser que su presencia despierte inquietudes en muchos pero casi
nadie llega a planteárselas.
Por ser parte del paisaje callejero su prolongada ausencia se vuelve más
notoria que su misma presencia.
Vive en un mundo donde algunos acontecimientos del hoy se envuelven en
su frondosa imaginación para tornarse irreconocibles.
Para él la gente son ocupaciones, simpatías deportivas pero muy pocos
nombres.
Conoce todas las calles de la ciudad pero, para él, ninguna posee nombre
sino algunos lugares o comercios y clubes deportivos.
Su rostro curtido de muchos soles e intemperie y marcados por algunos
surcos no dicen de su edad ni de su estado de ánimo.
Solamente se torna expresivo cuando algo no es de su interés o cuando
está pensando alguna “picardía”.
Puede acalorarse en esas prolongadas peroratas futboleras donde el mundo
del fútbol se entrevera increíblemente pero que nadie debe osar
contradecir.
Posee la increíble capacidad de poder dormir en cualquier lugar o a
cualquier hora.
No precisa de nada para acostarse sobre cualquier espacio y dormir, allí,
profundamente.
Pero si hay algo notable en él es su permanente alegría.
Sus enojos duran muy breve tiempo. Tan breve tiempo que, parecería,
jamás encuentra una razón para un enojo.
Hoy escuchaba a Heredia cantarle al “viejo Matías” y mi mente escuchaba
hablar de él.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.