Matrimonio egoísta
P. Adolfo Güémez, L.C.
Mientras escribo esta columna me llega la siguiente anécdota:
El marido a su esposa:
– ¿Necesitas algo, Cariño?
– Que seas más romántico, más detallista, más comprometido, que me digas cosas bonitas.
– ¡¡¡¡Del Oxxo, Mujer, del Oxxoooo!!!!
Casarse significa convertir a dos personas individuales en una sola realidad. Es vivir el
mandamiento del amor por excelencia, queriendo al cónyuge realmente tanto como a uno
mismo. ¡Y por eso es un camino apasionante!
El plan de Dios para cada matrimonio es que ambos sean felices, no sólo un poco, sino
plenamente felices. Sin embargo, con el tiempo, se corre el riesgo de olvidar la única
condición que Dios nos pide para lograrlo: amar sin medida.
Estoy convencido de que lo que más destruye a los matrimonios hoy en día no son las
infidelidades, los vicios o las traiciones. Esas son consecuencias de la verdadera causa. Lo
que más los acaba lo llevamos dentro de nosotros: el egoísmo.
Este vicio es un enemigo tan hábil y sutil que va tomando posesión de nuestros corazones
casi sin darnos cuenta. Cuando menos lo esperamos, nos encontramos totalmente agarrados
por sus lazos. Y son tantos, que terminan por inmovilizar al amor.
¿Cómo puedo diagnosticar si en mi matrimonio me está sucediendo esto?
El primer síntoma es la inmadurez. Una persona inmadura piensa que el amor es sinónimo
de satisfacción, y no más bien de sacrificio y de entrega.
Si una de tus frases es la famosa ᆱYo siempre… Y tú nunca…ᄏ, o ᆱYa estoy cansado de
dar sin recibir», puede ser una manifestación de inmadurez en el amor.
Por otro lado, si cuando tienes un tiempo libre lo primero en lo piensas es qué “vas” a hacer
y no que “van” a hacer, ahí hay un indicio al que debes estar atento. El día en que dijeron
«sí» frente a Dios y a la Iglesia, dejaron de ser “yo-tú”, y se convirtieron en “nosotros”.
No estoy diciendo que deban de pasar todo el tiempo juntos. De hecho, es muy sano que
cada uno tenga también su espacio y sus actividades. Lo que quiero decir es que lo primero
y más importante a lo que deben dedicarse es a estar suficiente tiempo el uno con el otro.
Un tercer y último síntoma lo descubrimos en la cerrazón. Cuando comienzas a planear las
cosas sin consultar al otro; cuando te aferras a tus ideas; cuando no reconoces que te has
equivocado; cuando ya no quieres perdonar; cuando te da lo mismo lo que el otro haga,
diga o sienta. ¡Cuidado! Estás cayendo en el abismo más hondo del egoísmo.
Si te has identificado con alguno o con todos los síntomas, ha llegado la hora de que pongas
manos a la obra.
Revisa tus prioridades. ¿Son sólo tuyas, o las compartes con tu pareja? ¿Tienen ideales,
objetivos, metas comunes? Si la respuesta es positiva, pero ya están un poco polvorientas,
llegó el momento de renovarlas. Si la respuesta es negativa, no dejes pasar un día más sin
fijarlas.
Los objetivos comunes unen, dan fuerza, ilusionan.
Así mismo, les invito a unificar sus expectativas. No hay peor desilusión que no recibir
aquello que se espera. Pero a veces es muy difícil darlo si no se conoce con claridad.
¿Sabe tu cónyuge lo que tú esperas de él? ¿Puede darlo? Aprendan a dialogar para hacer
realistas las expectativas mutuas. Pero también aprendan a ser generosos para intentar
satisfacerlas, aunque conlleven sacrificio.
Y por último, renueven su decisión de hacer todo lo que sea posible, e incluso hasta lo
imposible, por hacer completamente feliz a su cónyuge ¿Se imaginan lo que podría llegar a
ser su matrimonio si cada uno buscara sólo esto? ¡Sería un cielo! Pues te doy una buena
noticia: ¡ese es el plan que Dios tiene para el tuyo!
www.padreadolfo.com