Voy a Misa cuando me nace
P. Adolfo Güémez, L.C.
«Es más valioso ir a Misa cuando me nace que cuando no. Porque es más auténtico y
sincero», así me lo afirmó un joven hace tiempo.
Si bien es cierto que para una persona madura ir a Misa obligado no tiene mucho sentido,
también es cierto que fácilmente podemos confundir ese «me nace» con sentimentalismo o
comoditismo.
La Misa es un acto de entrega de parte de Dios, por ello es un compromiso de amor, no de
deber. Pero no por eso es menos compromiso. De ahí que puedo ser capaz de ir aunque no
me sienta entusiasmado o de buenas. Porque cuando uno ama de verdad no importa lo que
sienta, lo que interesa es sólo la persona amada.
Por eso ir a Misa, antes que un compromiso con Dios, es conmigo mismo. Porque soy yo
quien se siente amado por Dios y soy yo quien quiere responderle a ese amor.
Por lo demás, no es menos cierto que la mayor parte de los compromisos tomados por amor
son difíciles de cumplir. ¿A qué padre no le duele el alma cuando tiene que cuidar a su hijo
enfermo? ¿Qué madre no se agota cuando tiene que levantarse para darle de comer a su
bebé una, dos o más veces por la madrugada? ¿O qué joven no tiene que renunciar a sus
propios planes o intereses cuando su amigo le pide ayuda?
Lo que importa de una relación de amor no es si me nace o no el hacer tal o cual cosa, sino
que lo hago porque la persona amada me lo pide. Por esto mismo, tampoco da lo mismo ir a
Misa el domingo que cualquier otro día. Porque Dios me pide que lo visite precisamente
ese día. ¡Ojalá, claro, que no sea el único! Pero si lo ha de ser, al menos he de satisfacerlo
en ese deseo.
Hay que recordar que Dios también es persona, o mejor, es uno en tres personas distintas. Y
aunque son omnipotentes, eternas e inmutables, ¡yo no puedo imaginar que les dé lo mismo
lo que yo haga!
Si mis papás o mis abuelos me piden que vaya a comer con ellos tal día, porque ese día es
muy especial para ellos, ¡no me puede dar lo mismo dejarlos plantados! ¡Se sentirían fatal!
Pues lo mismo puedo aplicar a Dios.
Ya lo dice el Evangelio cuando habla del banquete de bodas que organiza un rey para su
hijo (cf. Mt 22, 2). Para el monarca de esa parábola era importante que los invitados
respondieran positivamente. Pero se entristeció al recibir tantas negativas. Y si esto es
cierto, también lo será el que Dios se alegrará si nosotros respondemos afirmativamente a
su llamado.
No seamos egoístas. Cuando decidamos si ir o no ir a Misa el domingo, no sólo pensemos
en nosotros mismos, también pensemos en Dios.
Además, hay otro motivo muy importante: el domingo es el día de nuestra familia llamada
Iglesia. Es la jornada en la cual todos los cristianos, que somos hermanos entre nosotros,
nos reunimos para encontrarnos, comunicarnos, rezar juntos.
Es especialmente el domingo cuando Dios nos habla a todos sus hijos a través de su
Palabra. Ahí, todos juntos, lo escuchamos en las lecturas, y también en lo que el sacerdote,
en Su nombre, nos dice.
Una observación final: pon todo de tu parte para comulgar. Busca confesarte, ayunar una
hora antes y prepararte para acoger el don más grande que podemos recibir en esta tierra: a
Dios mismo.
Como dice el Papa, «ir a Misa no sólo para rezar, sino para recibir la comunión, este Pan
que es el Cuerpo de Jesucristo y que nos salva, nos perdona, nos une al Padre».
No dejemos pasar más tiempo. ¡Vivamos como hijos de Dios, pues lo somos!
www.padreadolfo.com