Remedios caseros
Autor: Manolo Campa
Por más que me cuidé me pescó la gripe de moda. Ni las vitaminas, la sopa de pollo,
el dormir con la cabeza cubierta con una boina española, el abrigarme al salir por las
mañanas a buscar el periódico y otras precauciones un tanto exageradas, me sirvieron
para nada. Todo falló… la gripe hispana o el “flu” americano –el mismo mal con
diferente nacionalidad- me llevó a la cama con fiebre y dolores en todo el cuerpo. Me
sentí mal, muy mal, moribundo y sin haber hecho testamento.
Buscando darme una esmerada atención, como las enfermeras del turno de madrugada
en los hospitales que despiertan al paciente para tomarle la temperatura, mi mujer cada
vez que pasó por mi lado me puso su mano fría sobre mi frente febril. ¡Qué
desagradable! Llegó un momento en que no sabía si me estaba atendiendo con seriedad
o castigándome por majadero.
Cuando me siento mal, me siento completamente mal. Cuando me quedo en la cama
enfermo, estoy imposibilitado de todo esfuerzo. De vez en cuando pido algo, un poco
de agua, una aspirina, una taza de caldo… pregunto si pasó el cartero aunque no espero
carta de nadie, ni el cartero me debe dinero. Pido agua de nuevo, un paño mojado en
alcohol que no se para qué sirve, un cocimiento de algo.
Antes –solamente los viejos o los empleados de las botánicas de Miami tienen esta
sabiduría- las enfermedades se combatían con cocimientos. Para los nervios, de jazmín
de cinco hojas o tilo. Para los riñones, de romerillo. Para orinar, de mastuerzo o el agua
de coco. Para bajar la presión, cocimiento de cañita santa. Para los malestares del
estómago, cocimientos de hierba buena, mejorana o la castiza manzanilla. Para el
sarampión se tomaba borraja.
También se utilizaban otros remedios y medicamentos sencillos de gran efectividad:
para el hipo de los recién nacidos se les ponía un hilito mojado en saliva en la frente.
Para los empachos –indigestión-, se halaba el pellejo embadurnado en aceite de oliva.
El azul de metileno se usaba para toques en la garganta. Los baños de asiento se
recomendaban para muchas dolencias en todas las edades. Y en caso de epidemias se
prendía al cuello de la camisa una bolsita de alcanfor.
Hoy las enfermedades se controlan, se combaten y se curan a base de pastillas. La
mujer moderna tiene una pastilla pata todo: el nerviosismo, las uñas frágiles. Hay
pastillas para quitar el apetito y bajar de peso. Hay pastillas para abrir el apetito y subir
de peso. Las hay para no dormir y poder estudiar y para dormir y poder descansar.
También hay píldoras para no marearse en los barcos, en los aviones, en los
elevadores y en las “water beds”. Hay tabletas que limpian la dentadura postiza
mientras el durmiente ronca soplando la sabrosura de su sueño entre los labios
arrugados de una boca sin dientes… y ahora tengo que despedirme porque es hora de
tomar mi pastilla de vitamina C para acabar de eliminar la gripe que me mantuvo en
cama.
EN SERIO:
Comenzando con la Televisión y continuando con la Radio, resultan ofensivas a la
vista y a los oídos muchas de las cosas que nos presentan como arte y entretenimiento.
Es como una enfermedad infecciosa que se propaga vertiginosamente.
Ya no hay programas musicales o cómicos que de verdad entretienen y nos ayudan a
relajarnos después de un día de trabajo y, si los hay, están llenos de desnudez, sexo y
obscenidades. Terminamos apagando el radio o el televisor molestos con sus
chabacanerías y vulgaridades. ¿A dónde ha ido el buen gusto, el verdadero arte, los
programas que tanto nos ayudaban a disminuir el cansancio antes de ir a descansar?
Los descritos como programas humorísticos están llenos de un humor bochornoso.
¿Es tan difícil hacer reír sin usar malas palabras o situaciones sexuales? Los grandes
cómicos –el mexicano Cantinflas, los argentinos Sandrini y Biondi y los cubanos
Trespatines y Rolando Ochoa- exagerando situaciones normales y con buen gusto
movían a risa y dejaban en muchas ocasiones un mensaje edificante.
¿Cómo podemos exigir a nuestros jóvenes un lenguaje correcto y una vestimenta
adecuada si todo lo que oyen y ven en la radio y la televisión los lleva a todo lo
opuesto? La FCC también es parte culpable de lo anterior ya que ha bajado la guardia
empleando a personas cuyo sentido del arte está distorsionado.
No somos tal minoría como nos quieren hacer pensar a los que discrepamos con la
situación actual en nuestros medios de comunicación; simplemente es problema del
silencio de muchos que no logra influir en los “ratings”. ¡Cuán triste resulta anteponer a
la buena educación de nuestros jóvenes los intereses económicos de negocios e
individuos sin conciencia!
Además de mover el dial a otra estación u otro canal, déjale saber a los anunciantes tu
disgusto con el programa que ellos patrocinan. El tiempo que dediques a escribir una
carta o hacer una llamada telefónica surte efectos… logra lo que el silencio no alcanza.
Vivimos en un país donde el poder de una carta es asombroso. Si quieres cambios,
pídelos.