Convenio salarial
Autor: Manolo Campa
Para la mayoría de las personas la primavera es la mejor estación del año. Los poetas
se inspiran ante la belleza y la lozanía de la vegetación. Los trovadores y los pajaritos
cantan alegres llenos de euforia primaveral. Pero… algunos no se entusiasman tanto.
Yo pertenezco a esa minoría discrepante.
Este es el porqué: Es cierto que después del monótono invierno, los días soleados y de
agradable brisa lucen primorosos. Cada amanecer se convierte en una bella mañana. La
flora se viste con su ajuar más vistoso. La hierba saludable luce un verde de sin igual
belleza. El césped recobra la vida y crece, crece… crece con gran rapidez. Y esto no
me gusta porque su cuidado se convierte en mi pasatiempo obligado.
Una mañana en que daba gracias a Dios por la belleza ambiental y le sugería que
frenara un poco el crecimiento de la hierba, “se me encendi￳ el bombillo”. Jubiloso, me
di cuenta que ahora que mi nieto mayor ha crecido, puedo confiarle la atención de mis
áreas verdes. Para esto lo he entrenado desde hace algunos a￱os… para que pueda
ejercer con éxito esta extenuante función mía.
Desde luego, como hacen los abuelos americanos, decidí pagarle. Cuando le propuse,
lo que yo pensaba era lo adecuado… aceptó el trabajo pero, con la retórica de un líder
sindical, me dejó saber que mi oferta estaba por debajo de la tarifa vigente para los
patios del vecindario. Con amable franqueza, pidió que le pagase lo que le cobra el
jardinero salvadoreño a mi vecino.
Al escuchar aquella reivindicación laboral, en el acto comprendí que el nieto estaba
siendo asesorado por mi hijo menor. Años atrás, cuando él negociaba sus contratos de
trabajo para ocuparse de los latones de basura y cortar la hierba, hacía uso del mismo
reclamo de la tarifa en vigor. Seguramente se enteró de mi plan y “catequiz￳” al
sobrino.
Volviendo a éste: Accedí a su demanda, presionado por la urgencia en acogerme al
“retiro” de las actividades en el patio. Sin embargo, encontré varias cuestiones que
podrían serme útiles, llegado el momento, para lograr un cambio de mentalidad en el
contratado: “Como es usual, el jardinero usa sus propias herramientas y cubre con sus
ingresos todos sus gastos.” “Dando cumplimiento al acuerdo antes mencionado, él, mi
nieto, sería tratado en todo, igual que el jardinero del vecino”. Callé estos
razonamientos para utilizarlos más adelante… y con un apretón de manos sellamos el
pacto.
Cortó la hierba en un santiamén. Cuando hacia la misma labor sin pago, durante el
entrenamiento, se tomaba todo el tiempo que el desgano y el cansancio le pedían. Esta
vez el incentivo monetario le infundió una rapidez sorprendente. Terminó enseguida y
sin agotamiento. Le pagué lo convenido.
Esa noche estaba invitado a su primera fiesta de vestuario formal: traje, camisa de
cuello y corbata. Escogió una de las mías que yo todavía no había estrenado. “El
jardinero del vecino no tiene derecho a usar mis corbatas”, le dije. Le hice notar que no
tenía que pagar por usarla pero cuando me pidi￳ que le hiciera el nudo… había llegado
el momento de utilizar mi argumento más contundente, y con la compostura de un
agente de pompas fúnebres y la malicia de un político, le aclaré que sólo los que podían
pagar los costosos servicios de un ayuda de cámara los recibían.
Le anudé mi corbata nueva y le recomendé que no tomara sopa, ni helados blanditos,
ni comiera algodón de azúcar, ni papitas fritas embadurnadas en “cachú”. Sonrió. Me
dio las gracias y siguió vistiéndose.
Durante todo el cuidadoso ritual de peinarse frente al espejo, lo noté pensativo… Al
despedirse me dijo que había comprendido que es triste ser miembro de la familia y ser
tratado como un extraño. Que había resuelto ayudarme sin necesidad de recibir dinero
en cambio.
Nos dimos un abrazo y así quedó sellado un nuevo pacto de trabajo basado en el amor
filial: El me ayudaría como un nieto ayuda a su abuelo, y yo a él como un abuelo a su
nieto. No se por qué hicimos un silencio que él rompió diciendo: “I love you, abuelo”.
No muy EN SERIO:
Por su utilidad para alguno, a continuación transcribimos, de autor desconocido, estas
“Recomendaciones a los que no tienen nada que hacer”:
I- Nunca lo confieses. II- Espera sin impaciencia una orden de trabajo, no la
provoques. III- No distraigas a los que trabajan. IV- Adopta una postura especial dando
la impresión de actividad. V- Permanece relajado y soporta, sin fatiga aparente, toda
inactividad por larga que sea. VI- Ama el trabajo bien hecho y por este motivo déjalo
para los compañeros más calificados. VII- Si te vienen ganas de trabajar siéntate, espera
que se te pasen. VIII- No sufras complejo alguno al recibir tu pago. IX- Hay más
accidentes de trabajo que accidentes de reposo. X- El trabajo consume, el reposo
raramente; economiza. Conclusión: EL TRABAJO ES UNA COSA BUENA, NO
SEAS EGOÍSTA Y DÉJALO PARA LOS DEMÁS.