Tiempo de conversión
Ángel Gutiérrez Sanz
La cuaresma que iniciaba su andadura con el Miércoles de Ceniza nos convocaba a los fieles a
hacer memoria de nuestro fugaz paso por la vida. Del polvo venimos; al polvo retornaremos
y así será por mucho que tratemos de ocultarlo. Nada más haber nacido ya es tiempo para ir
aprendiendo a convivir con el dolor y pensar que a la vuelta de la esquina nos está esperando
el sepulturero. A la vida llegamos llorando y de ella tendremos que salir con angustia y miedo.
Sumidos en esta triste situación que a todo ser humano afecta sea rico o pobre, rey o villano
se habrán de estrellar todos los optimismos humanos. Nuestros días están contados y nadie
podrá ponernos a salvo de los latigazos inesperados que el destino nos tiene reservados. Así
es la vida e inútil resulta tratar de enmascarar la realidad; de poco sirve cerrar los ojos como
hacen muchos hombres y mujeres que solo entienden de hedonismo, que atentos nada más
que al momento presente, no soportan el espíritu de la cuaresma que viene a aguarles su
fiesta carnavalesca con recordatorios inoportunos en boca de los que ellos llaman
predicadores de la muerte o enemigos de la vida.
Quienes se pasan todo el año exaltando el placer por el placer, haciendo de él la meta de sus
vidas, quienes propugnan la filosofía ramplona de “a vivir que son dos días” quienes dicen
que la vida hay que disfrutarla y que sólo tenemos el presente para vivirlo a tope, porque ni el
pasado, ni el futuro existen, no quieren oír hablar de la muerte. Les parece absurdo e
inconcebible que haya gentes todavía que durante cuarenta días al año traten de ordenar su
vida con la mirada puesta en la trascendencia; no entienden que en el fondo de la conciencia
humana anidan aspiraciones espirituales que parecían muertas; pero que en estos días
reaparecen y afloran con fuerza . Siempre ha sido así. La Cuaresma hay que verla como tiempo
de gracia, que nos brinda la oportunidad de colocarnos frente a nuestro verdadero destino. Es
una retirada a la aridez del desierto, de todo punto necesaria, para descubrir allí las exigencias
de una existencia auténtica que nos pone a salvo de las falaces seducciones mundanas, que
aparecen ante nuestros ojos en forma paraísos artificiales, llamémosles, poder , vanidad, sexo,
hedonismo , droga, con un final que siempre acaba en la insatisfacción o desesperanza.
La filosofía del “comer, beber, bailar y gozar que todo se va acabar” sólo resulta
comprensible desde la óptica de un presente carente de perspectiva, que sólo acierta a
interpretar la realidad humana de tejas abajo; sin percatarse de que esta misma realidad es
susceptible también de ser interpretada desde otros parámetros, que nos introducen en el
ámbito de la espiritualidad, desde donde la vida y la muerte, la felicidad e infelicidad,
adquieren un sentido diferente que la Cuaresma pone ante nuestra consideración, sin que por
ello quede comprometida la alegría de vivir: porque no es cierto que el espíritu cuaresmal vaya
contra la vida, ni trate de sofocar la legítima aspiración humana a la felicidad, a la que todos
estamos llamados, incluso en esta vida terrenal
Nos equivocaríamos si el mensaje cuaresmal lo interpretáramos en clave de un dolorismo
deshumanizador. Es cierto que durante la cuaresma habremos de oír de forma insistente y
reiterativa expresiones que nos hablan de la llamada a la conversión, de morir al hombre viejo
, de penitencia y sacrificio, de purificación interior; se nos recordará que hay que vivir en el
mundo como si no viviéramos en él y de muchas cosas más por el estilo ; pero ello no significa
que no tengamos que vivir la vida a tope, como tampoco significa que hemos de renunciar a
ser felices. Nada de eso, al contrario, se nos invita a vivir una vida en plenitud, ésa que surge
de un espíritu libre que nos convierte en dueños de nosotros mismos y no en esclavos de los
demás, de nosotros mismos o de nuestras propias pasiones; una vida responsable que asume
con normalidad todos los compromisos inherentes a la condición humana, tanto en el orden
natural como sobrenatural, sin dejar resquicio alguno al sin-sentido de ninguna de nuestras
acciones; una vida de entrega y sacrificio a los demás que multiplica por dos sus
potencialidades, en fin una vida digna de los hijos de Dios , que viene a ser el prototipo de una
vida plena y auténtica.
Sin negar que durante la Cuaresma se nos convoca a poner en práctica el espíritu de
penitencia y austeridad, lo que cabe resaltar sobre todo , es la llamada al arrepentimiento de
quien sabiéndose pecador, se duele por ello y con humildad trata de acercarse a Dios en busca
de su perdón; pero sin que nada de esto signifique la exaltación del dolorismo y mucho menos
ponga en entredicho la legitima aspiración de los hombres y mujeres a ser dichosos. Cuando se
nos pide que tenemos que cambiar de rumbo y dejar atrás los egoísmos, la vida disoluta y los
placeres pecaminosos, lo que se nos está pidiendo no es que renunciemos a la felicidad, sino
que la busquemos por los caminos del espíritu, que es donde, con seguridad, habremos de
encontrarla
A partir de aquí, podemos entender que la llamada a la conversión es la lógica consecuencia
después de haber experimentado en nuestra propia vida, que no en la carne, sino en el
espíritu, es donde se encuentra la plena satisfacción de nuestro ser, tal como se anuncia en el
evangelio “buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura”. Con
esta Cuaresma de 2015 se nos viene a dar una nueva oportunidad para adentrarnos en el
interior de nuestro ser y encontrar allí el sentido profundo de nuestras vidas, descubrir la
alegría que se esconde en la entrega a Dios y a los hermanos, y poder en fin descansar en
paz, sabiendo que a través de la fe y de la esperanza nos llegará la luz que necesitamos para
poder discernir los caminos que conducen a la Pascua.