La propuesta de un monje
P. Fernando Pascual
7-3-2015
Los monjes habían tenido una reunión para decidir caminos concretos para renovar la vida del
monasterio. Uno de ellos propuso reducir los días dedicados a ejercicios espirituales que tenían cada
año: pasar de 7 a 6 días.
La propuesta fue discutida y no se llegó a un acuerdo. Pasó algo de tiempo, y el monje que la había
planteado envió una nota a sus compañeros para reflexionar sobre lo ocurrido.
“Un saludo a todos en el Señor. Estos días he podido reflexionar un poco sobre la última reunión, en la
que discutimos sobre cuántos días dedicar a ejercicios espirituales.
En ella propuse pasar de 7 a 6 días de ejercicios. Me preguntaron por el motivo de la propuesta. Con
sencillez dije que 7 días me cansan mucho. Hubo otras aportaciones interesantes orientadas a
profundizar en el mismo tema.
Al repensar con más calma mi propuesta, me di cuenta de que no se trata de llegar a las reuniones para
lanzar al ruedo mis gustos o preferencias, sino para buscar qué es lo que quiere Dios para nuestra orden
religiosa y cómo lograrlo con decisiones que estén de acuerdo con ese querer de Dios.
Es fácil, lo constato en primera persona, pensar según los criterios de cada uno, o los gustos, o incluso
ideas buenas. Yo propuse tener 6 días de ejercicios porque pensaba que era lo mejor para mí. Otro
podría perfectamente haber propuesto 8 días. Alguno, en un intento de dejar el tema abierto, podría
lanzar la idea de dejarlo al discernimiento de cada superior, etcétera.
Pero cada propuesta no puede ser simplemente el resultado de un gusto o de una opinión personal, sino
de una reflexión comunitaria, madurada ante Dios en la oración, sobre cuál pueda ser Su Voluntad.
Después de unos días me pregunto: ¿de verdad fue correcto mi modo de proceder al hacer la
propuesta? ¿Recé lo suficiente y pensé bien antes de ofrecer mi punto de vista? ¿Escuché con atención
las aportaciones de mis hermanos?
El camino que cada orden y cada congregación recorre para lograr una correcta renovación parece
largo, pero también nos damos cuenta de que falta tiempo. Tiempo para reflexionar, para meditar, para
estudiar. Tiempo para, en común, dialogar y ver comunitariamente qué quiere Dios de nosotros.
En este caso concreto, lo hermoso hubiera sido plantearnos seriamente qué se gana o qué se pierde con
más o menos días de ejercicios, según lo que Dios desea y pide a nuestra Orden para que seamos fieles
a nuestro carisma y a nuestra misión en la Iglesia.
Ojalá Dios Padre nos ayude, en este camino de discernimiento, a mirarle cada día más a Él y a buscar,
como Cristo, una única cosa: que se haga en todo momento su Voluntad salvífica sobre nuestra
comunidad religiosa, para el mejor servicio de la Iglesia y de los hombres”.