INTEGRADOR
Una de las características llamativas de Jesús es su condición de integrador.
En aquel tiempo, por muy diversas razones, se marginaban a las personas.
La ley, que era la manifestación de la voluntad de Dios, marginaba y, por lo
tanto, se puede afirmar que Dios marginaba.
Esta marginación no era un algo que careciera de importancia ya que, en
algunos casos, era una situación muy difícil de revertir.
Pero, además, significaba la condena a deber enfrentar una situación muy
dura.
La ley marginaba. Dios marginaba. La situación social marginaba.
La pobreza marginaba. La enfermedad marginaba. La mendicidad
marginaba. La impureza marginaba.
Allí, en medio de toda una realidad signada por la frecuente marginación,
aparece Jesús.
Lo suyo no es en el interior del templo o entre las callejuelas de la ciudad.
Lo suyo es en las afueras de las ciudades y a la vera de los caminos.
Es allí donde se encontraban los marginados.
Muchos de esos seres a quienes la sociedad marginaba se encontraban,
también, condenados a errar por las afueras de los poblados.
Por allí se encuentra el espacio preferente de la actividad de Jesús.
Tal cosa está lejos de ser una casualidad o una coincidencia.
Es una expresión más de su coherencia.
Él era integrador por excelencia y, por lo tanto, debía moverse por donde
los marginados se encontraban.
No podía vivir su condición de integrador lejos del espacio donde solían
encontrarse los marginados. Él va al encuentro.
Mal podía haber cumplido su vocación integradora moviéndose en el interior
de la ciudad que era un espacio vedado para muchos de aquellos
marginados. Lo de Jesús no es en el interior del templo.
No solamente se mueve haciéndose encontradizo con los necesitados sino
que, a quien se acerca a Él con confianza y fe, lo integra.
Los integra devolviéndoles su condición de personas.
Los integra dignificándoles en cuanto seres humanos.
Los integra curándoles o liberándoles de lo que les impedía estar junto a los
demás.
Jesús es un integrador por ello su elección de aquellos más necesitados.
Cuando se opta por los más necesitados, como lo hizo Él, se opta por la
búsqueda de su dignificación.
Por la búsqueda de hacerles saber personas amadas por Dios y, por ello,
por quien opta por ellos.
Las necesidades de los marginados suelen ser muchas y, tal vez, algunas de
ellas no tengan una solución al alcance de cualquier mano pero, sin duda, al
alcance de cualquier mano está el hacerles saber son alguien e importan en
cuanto tales.
Dignificarles es tratarles como personas.
Dignificarles es hacerles saber que importan.
Dignificarles es demostrar interés por lo suyo.
Dignificarles es brindarles, con gusto, partes de tiempo.
Es evidente que la lección, hecha actitud de vida, propuesta por Jesús no es
un algo que deba quedar en Él.
Su propuesta debe prolongarse en todos quienes se dicen seguidores suyos.
Su propuesta debe encontrarse en las actitudes todas de esas realidades
que se dicen de Jesús.
Este es un buen criterio para reconocer la fidelidad a la propuesta de Jesús.
En cuanto cristianos no estamos para santificar a los demás sino para
dignificar a todo ser humano comenzando por nuestro próximo.
Por ser cristianos debemos tener, como Él, vocación de integradores.
Nuestro ser de cristianos se manifiesta con fuerza desde lo que nuestras
manos son capaces de realizar para promover la integración digna de
alguien en su condición de persona.
Nuestro cristianismo, cuando se limita a una cuestión del interior de un
templo, debe preguntarse sobre el Jesús en el que cree.
No somos cristianos por las prácticas que cumplimos sino que estas nos
deben servir para fortalecer las actitudes que vivimos.
Si Él fue un integrador nosotros, desde tareas concretas, también debemos
serlo.
Padre Martín Ponce de León