Prudencia en el hablar
P. Fernando Pascual
14-2-2015
La prudencia orienta, guía, ilumina, promueve el bien. Ayuda a comprender mejor las situaciones.
Pone ante nuestros ojos dificultades y peligros. Recuerda hechos del pasado para evitar errores en el
futuro.
Por eso es tan importante a la hora de hablar y de actuar. Una persona prudente mide sus palabras, las
sopesa seriamente. Sobre todo si tiene alguna función pública y está llamada al servicio de los demás.
Entre los enemigos de la prudencia están la precipitación y la falta de consideración. Sobre la segunda,
santo Tomás de Aquino indica lo siguiente:
“Por eso mismo, la falta de juicio recto es propia del vicio de inconsideración cuando se produce por
desprecio o por descuido en prestar atención a lo que reclama la rectitud adecuada del juicio. Resulta,
pues, evidente que la falta de consideración es pecado” (“Suma de teología” II-II, q. 53, a. 4).
Cuando alguien falta a la prudencia en sus palabras produce daños a veces muy graves, sobre todo si
está bajo los reflectores insaciables de medios informativos que disfrutan extrañamente ante los errores
de quien dijo algo precipitadamente.
Así, leemos en el libro de los Proverbios: “En las muchas palabras no faltará pecado; quien reprime sus
labios es sensato. Plata elegida es la lengua del justo, el corazón de los malos vale poco. Los labios del
justo apacientan a muchos, los insensatos mueren en su falta de seso” ( Pr 10,19-21).
La enseñanza de Cristo resuena con especial intensidad a la hora de sopesar lo que sale de nuestros
labios: “Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio.
Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado” ( Mt 12,36-37).
Por eso, antes de abrir los labios, antes de pronunciar palabras ante los hombres, hemos de pedir a Dios
esa prudencia que nos ayude a evitar todo lo que pueda perjudicar o escandalizar a otros, y que nos
lleve a decir sólo aquello que sirva para el bien de nuestros hermanos.