ALGO MÁS QUE PALABRAS
LA PALABRA AMOR EN UN MUNDO DE INTERESES
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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En un mundo en el cual tantas veces se relacionan historias de amor que no son tales, que se
cultiva la venganza hasta extremos insospechados, que se practica el odio y la violencia más que la
reconciliación y la armonía, realmente cuesta divisar la autenticidad de ese amor que mueve todo el
universo. Los mismos asesores especiales de Naciones Unidas sobre la prevención del genocidio y la
responsabilidad de protegernos, recientemente llamaban a todos los individuos con influencia, incluidos
los líderes políticos y religiosos, a abstenerse de exhortar a la violencia como respuesta a las atrocidades
cometidas por grupos terroristas. Con urgencia hemos de retornar al verídico amor; es una cuestión
fundamental para la convivencia y para la vida misma en sí. Para ello, pienso que debemos comenzar por
interrogarnos a nosotros mismos, sobre lo qué somos y sobre aquello que queremos ser. Muchas personas
hoy tienen miedo a hacer opciones definitivas, a donarse al amor y también a verse crecer en el amor,
junto a los demás. Por desgracia, nos invade la cultura de lo efímero, de lo momentáneo e inestable,
obviando que el verdadero gozo radica en esa transcendencia conciliadora y reconciliadora de poder
caminar unidos.
Nada se entiende sin amor, pero ha de ser verdadero. Tampoco nada se sustenta sin amor, pero
ha de ser auténtico. Ciertamente, resulta difícil dejarse cautivar por él en un mundo de intereses. Sea
como fuere, a todas luces, vivimos en un mundo de contradicciones. Hoy, prácticamente en todos los
países celebramos la onomástica del amor en San Valentín (14 de febrero). Sin embargo, el estado de
confusión es tan grande, que ubicamos el amor como un sentimiento tan solo, cuando en realidad es una
actitud de vida, que nace de la experiencia de vivir. Al fin y al cabo, uno crece según el amor que se dona
asimismo y que ofrece por doquier. Por consiguiente, quien intenta desentenderse de su capacidad de
amar se dispone a odiarse de igual forma. Uno ha de reencontrarse, del mismo modo en el amor, para
poder ser feliz. Se equivocan aquellos que tienen el corazón endurecido, que no han probado el genuino
amor en sus vidas. Es más un amor de obras que de palabras, de sentirse acompañado, incluso por
quienes nos odian. Evidentemente, la grandeza de la humanidad está determinada por esa capacidad de
sentirse próximo con el prójimo que sufre. Si somos incapaces de socorrer a los que soportan el dolor de
las injusticias, de tener compasión por ellos, hasta el punto de no ayudarles a sobrellevar el sufrimiento,
tiene bien poco sentido hablar del amor.
Hay tanto amor que no es, que el efectivo amor es cada día más escaso. Nos hemos alejado del
amor, y nos hemos imbuido de un amor que todo lo confunde e imagina, que no se mueve en otro
horizonte nada más que en el de los beneficios. La persona que en verdad ama está pendiente de todo y de
todos, su ritual forma de ser está más en dar que en recibir, en hacer lo posible por perdonar y
comprender. Lo decía Gandhi: "el amor jamás reclama; da siempre. El amor tolera, jamás se irrita, nunca
se venga". Y, ciertamente, servir por amor a la verdad y a la justicia, convertirse en una persona que ama
realmente, es una acto de mucho valor, pero también de grandes esperanzas. Son las pruebas de amor las
que inspiran las más honestas hazañas. Donde reina el amor sobran tantas cosas, hasta las mismas
legislaciones y también cualquier conmemoración. Día a día hemos de amar sin medida, y ha de costarnos
amar. Porque el verídico amor no se encuentra hecho, tampoco se compra con una rosa, hay que realizarlo
cada uno consigo mismo, trabajarlo a destajo, beberlo a corazón abierto y convidar a los semejantes, no
para que se entretengan, sino para que se sumen a esta pasión que, por otra parte, tampoco se puede
ocultar, pero que imprime el regocijo de vivir con fundamento.
San Valentín, allá por el siglo III, vio que era injusto que el emperador Claudio II, decidiera
prohibir la celebración de matrimonios, porque en su opinión los solteros sin familia eran mejores
soldados, y no dudo en desafiarlo, celebrando en secreto uniones de jóvenes verdaderamente enamorados.
En este sentido, pienso que la sociedad de hoy da muchas facilidades para reunirse, para hacer el amor
con cualquiera, pero pocas para efectivamente encandilarnos de la persona. Enamorarse no es un mero
guión de una telenovela más que nos injertamos en vena, es todo lo contrario, un camino a seguir para
afrontar los desafíos que la vida nos presenta y ser capaces de reconocer e interpretar las necesidades, las
preocupaciones y los anhelos que anidan en el mismo corazón de cada ser humano. Éste es el camino que
ha de recorrer toda persona que opte por amar, y dejarse amar, por abrir el corazón a su amor y permitir
que sea el amor, y sólo el amor, el que guíe la vida. Quien no se enamora de su propia existencia, quien
no tiene plena conciencia de que uno también es querido, que uno también infunde pasión y ternura,
apenas vibrará con el verbo, será pobre de espíritu, andará sediento y perdido, sin poder remar ni
interiormente. ¿Habrá desolación mayor? Advierto que las tristezas del corazón matan mucho más rápido
que cualquier bacteria o virus, porque hasta el mismo entusiasmo se pierde.
En consecuencia, apremia querer, pero aún más querernos, en un mundano planeta donde tantas
veces destruimos el deseo de la exactitud, de la búsqueda, y la disponibilidad para el amor. No entiendo
cómo seres humanos se pisotean ellos mismos el amor. Algo terrible. Sin palabras. Las personas tienen
que entenderse. No puede haber divisiones. Las naciones, como los ciudadanos, no han de tener miedo de
vincularse entre sí. Somos hijos del amor, pero de un amor muy diferente al que se vive y se predica
actualmente. El reto, como en su tiempo hizo San Valentín, pasa por restaurar la fidelidad, otro valor en
crisis. Ahora nos instan a buscar siempre el cambio, la novedad más absurda y esclava, soslayando hasta
las propias raíces de nuestros progenitores. Soy de los que pienso, que únicamente aquel que cohabita con
un alma noble es servido con franqueza, y es cuando puede hermanarse a su semejante. ¿Cuántas
personas no son leales ni a sí mismos? Nuestra obligación de sobrevivir en el amor, no es tan solo para
nosotros, sino también para el especie, para este hábitat y para este cosmos en el cual nos bañamos. La
fuerza de una especie, como la fuerza del mar, se funda en su mutua nobleza de oleaje y en su misma
correlación de latidos, para todos los tiempos y todas edades. Claramente, amar es hallar en la belleza del
otro tu propia belleza. Sólo así se puede uno embellecer mutuamente. Por tanto; capacítese para el amor,
ame más el diario amor, y quiérase hasta la extenuación.