El arte de la oración
Rebeca Reynaud
Existe una vocación universal a la oración, porque Dios, por medio de la creación,
llama a todo ser desde la nada (CCEC, 535). Joseph Ratzinger, en un libro sobre la
creación explica que “la creación se hizo para ser espacio de oración”.
San Juan Pablo II decía que el objetivo prioritario es despertar el afán de santidad
en todo el pueblo de Dios: “Para esta pedagogía de la santidad es necesario un
cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración ” (Carta ap. Novo
Milenio ineunte , n. 32).
Las formas esenciales de la oración cristiana son la bendición y la adoración, la
oración de petición y de intercesión, la acción de gracias y la alabanza. También
hay oración de reparación y de abandono. En una catequesis de niños que se
preparaban para recibir la primera Comunión, Benedicto XVI explicaba el significado
de la adoración: La adoración es reconocer que Jesús es mi Señor, que Jesús me
señala el camino que debo tomar (…). Adorar es decir: “Jesús, yo soy tuyo y te sigo
en mi vida; no quisiera perder jamás esta amistad, esta comunión contigo.
También podría decir que la adoración es, en su esencia, un abrazo con Jesús, en el
que le digo: “Yo soy tuyo y te pido que Tú también estés siempre conmigo”
(Encuentro ,15-X-2005).
Benedicto XVI escribe: “La familiaridad con el Dios personal y el abandono a su
voluntad impiden la degradación del hombre” (Encíclica Deus caritas est, n. 37). El
mejor esfuerzo hay que dedicarlo a la oración porque, además, las mejores ideas se
nos ocurren en la oración.
San Gregorio resume: Rezando alcanzan los hombres las gracias que Dios
determinó concederles antes de todos los siglos.
Es recomendable recurrir al Evangelio para hacer oración y, si es posible, los
viernes se puede meditar la Pasión del Señor. El Señor le dijo a una mística del
siglo XX, Luisa Piccarreta: Me es tan grato quien medita mi pasión con frecuencia,
la siente y me compadece, que me siento como retribuido por todo lo que sufrí en
el curso de mi Pasión. El alma que la medita llega a formar un alimento continuo en
el que hay varios condimentos y sabores que producen en ella diversos efectos.
Entonces, si durante mi Pasión me dieron cadenas y cuerdas para atarme, el alma
me desata y me da libertad; aquéllos me despreciaron, me escupieron y me
deshonraron, ella me aprecia, me limpia de esas escupitajos y me honra; aquéllos
me desnudaron y me flagelaron, ella me cura y me viste; aquéllos me coronaron de
espinas, me trataron como rey de burla, me amargaron la boca con hiel y me
crucificaron; el alma, rumiando todas mis penas, me corona de gloria y me honra
como a su Rey, me llena la boca de dulzura y me da el alimento más exquisito,
como es el recuerdo de mis mismas obras; me desclava de la Cruz y me hace
resucitar en su corazón. Y por cada vez que esto hace, Yo como recompensa le doy
una nueva vida de gracia, de manera que ella es mi alimento y yo me hago su
alimento. Me gusta que las almas mediten continuamente mi Pasión (...) . Para
salvar un alma hay que sufrir mucho... Las almas corren hacia su perdición y mi
sangre se pierde para ellas. Pero los que me aman y se inmolan como víctimas de
reparación, atraen la misericordia de Dios. Esto es lo que salva el mundo...
Quien se familiariza con los misterios de la Pasión de Nuestro Señor, adquiere como
un derecho de presentarse ante el Padre y pedirle lo que quiera.
Jeremías pone en boca de Dios estas palabras: “ Clama a mí, y yo te responderé, y
te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías 33:3) .
Al Señor le gusta que le dediquemos tiempo en exclusiva . Lo ideal es hacer al
menos 10 ó 15 minutos diarios de oración. Dios quiere ser invocado. Dijo Benedicto
XVI en Jesús de Nazaret II: Dios había revelado su “nombre” a Moisés. Este
“nombre” era más que una palabra. Significaba que Dios se dejaba invocar, que
había entrado en comunión con Israel, (p.111).
San Buenaventura afirma que tiene el Señor por traidor a aquel que al verse sitiado
de tentaciones no acude a Él en demanda de socorro, pues deseando está y
esperando que se le pida para volar en su auxilio.
Santa Catalina de Siena dejó escrito : El alma que persevera en la oración humilde
alcanza todas las virtudes.
Edith Stein nació en 1891 en Breslavia (actualmente Wroclaw, Polonia) en el seno
de una familia judía. Era la pequeña de siete hermanos. A los 13 años abandonó la
práctica religiosa, declarándose agnóstica. En 1921 leyó la autobiografía de Santa
Teresa de Jesús y se convirtió al catolicismo. Cuenta que en una ocasión, cuando
aún no era católica, fue a Francfort con su hermana Rosa. Como les gustaba mucho
el arte entraron en la catedral católica, de estilo gótico florido. Mientras recorrían en
silencio las altas naves, observando las bóvedas de nervaduras, las impresionantes
vidrieras y los diferentes retablos, vieron entrar en el templo a una sencilla mujer
con la cesta de la compra cargada de verduras. La mujer se arrodilló y, cerrando los
ojos, oró unos minutos. Luego se acercó a una imagen de la Virgen, y se fue. A la
salida Edith no dejó de comentar la sorpresa que le causó el hecho:
-¿Has visto, Rosa? Esa mujer ha entrado a rezar, sin más.
—Sí, en los católicos eso parece algo normal.
—Esto es lo que me admira de esa religión –explicó Edith-. Ya sabes que a las
sinagogas y a las iglesias protestantes sólo va la gente en los momentos en que
hay oficios religiosos. Sin embargo, mira: ¡en medio de sus ocupaciones, esa
señora entra en la iglesia a rezar a su Dios! ¿No es algo más auténtico, menos frío?
—Sí, es verdad –concede Rosa.
Esta sencilla anécdota tendrá para Edith un significado pleno allá por el año 1921.
No la olvidará nunca.
Podemos ser personas que practiquen la oración pero que no son orantes. Hay que
ser conscientes de que la persona que nos mira con más ternura es Jesús. El
hombre satisfecho de sí mismo y arrogante, no cree, no espera, no ama, no ora.
Dios nos podría decir: “¡No pierdas el tiempo olvidándome! Pensar en mí es
multiplicar por diez tu fecundidad. Encuéntrame en todo. Yo hago mías tus
intenciones y bendigo a cuantas almas me confías. Déjame conducirte a mi manera.
Yo pacifico todo lo que conquisto y comparto mi alegría luminosa con todo lo que
asumo. Mis caminos son a veces desconcertantes, trascienden la lógica humana, en
la humilde sumisión a mi proceder en donde encontrarás la paz y la fecundidad. No
cuentes contigo, cuenta Conmigo. Une tu oración a mi oración. Ten confianza, la
confianza es la forma de amor que más me honra y me conmueve. La confianza
que no se manifiesta se debilita y se esfuma. Conmigo no hay ni una sola dificultad
de la que no puedas salir victorioso. Yo estoy en lo más íntimo de cada persona,
pero ¡qué pocas se preocupan de ello! Llámame en las horas del dolor para que tu
cruz sea mi Cruz y para que así te ayude yo a llevarla con paciencia y valentía. Yo
te doy la fuerza y el valor de emprender todo lo que te pido. Da gracias por todo.
Ofréceme el mundo entero”. (cfr. Gaston Courtois, Cuando el Señor habla al
corazón, San Pablo 1998).
El Espíritu Santo nos hace entrar cada vez con mayor profundidad en la
contemplación y en la unión con el Misterio de Cristo y eso hace que, cuando
oremos estemosencendiendo una luz en medio de la oscuridad. La oración
pavimenta parte del camino al cielo.