Una vida hacia Dios
P. Fernando Pascual
10-1-2015
Nacemos porque Dios nos ama. Vivimos porque nos acompaña y alienta. Avanzamos
cada día hacia un encuentro magnífico, para siempre, con Él en el cielo.
El camino no resulta fácil. Hay momentos de cansancio y de oscuridad. Hay tentaciones
y caídas. Hay rebeldías y deseos de placer malsano.
¿No podríamos avanzar con menos dificultades? ¿No habría un modo de hacer más fácil
el esfuerzo de cada día?
Muchas dificultades vienen de fuera. Una crisis económica, un problema en familia, un
accidente imprevisto, un conflicto en el trabajo. Otras, de uno mismo: esa pereza que
retrasa mis decisiones, ese egoísmo que busca continuamente mi propio bienestar, esa
avaricia que me lleva a gastar injustamente mi dinero.
Los momentos peores de la propia vida son aquellos en los que pequé. Son momentos en
los que me olvidé de la meta, dejé a un lado el amor maravilloso de Dios, y preferí una
cisterna vacía, agujereada, reseca (cf. Jer 2,13).
Tu Amor, sin embargo, se mantuvo encendido. Tu hijo sigue siendo hijo también cuando
ha pecado. Por eso deseas cuanto antes volver a abrazarlo, celebrar una fiesta grande en
los cielos porque se ha producido el regreso de quien antes se había alejado de tus
manos.
La misericordia, lo sé, es la palabra clave para cualquier vida humana. Una misericordia
respetuosa: no obligas a nadie a volver a casa. Una misericordia insistente: no
descansarás mientras la oveja esté perdida. Una misericordia llena de ternura: como
Padre deseas, cuanto antes, tenerme nuevamente contigo.
La vida es un camino hacia Ti. Más allá de las caídas y las lágrimas, tu mirada me
acompaña. Desde la certeza de tu Amor, sigo adelante. Un día, así lo espero, y sé que Tú
lo deseas ardientemente, llegaremos a encontrarnos, para siempre, en tu cielo...