QUÉ DIRÁN
No hace mucho conversaba con otra persona sobre una determinada
situación.
No era una conversación que me agradaba tener ya que hacía referencia a
lo resuelto por otra persona que esta ausente de nosotros.
En lo personal o me agradaba la conversación puesto que hacía referencia a
alguien a quien estimo mucho.
Yo trataba de seguir su conversación desde la distancia que poseo sobre el
tema de la conversación.
Si supiese algo del tema mantendría, aún, una mayor distancia puesto que
lejos de mí poder dejar traslucir algo que se me ha confiado.
La persona con quien conversaba hablaba con mucha convicción aunque me
daba la sensación que estaba mucho más distante que yo del tema.
No hablábamos de un descalabro cometido por una persona sino la toma de
una resolución ante un conflicto estrictamente familiar.
No era, evidentemente, nuestro tema y lo conversaba porque había sido
puesto como tema de la conversación
En un determinado momento manifestó su dolor porque la resolución
adoptada por la persona a la que aludíamos podía ver perjudicada su
imagen.
Allí me entró el deseo de poner punto final a la conversación.
Me resultaba totalmente extraño que, hoy en día, pudiese tener como
argumento para no resolver lo resulto la pérdida de imagen.
Me resultaba completamente anacrónico que se resolviese desde una
cuestión de imagen.
Me resultaba mucho más enriquecedora la imagen de una persona que es
capaz de tomar decisiones valientes y no una que prolongue una fachada
por lo que puedan opinar los demás.
Hoy en día valen los auténticos y estos no se guían por la imagen.
Hoy en día valen los auténticos y estos no se conducen por la opinión de los
demás.
Creo que, hoy en día, los adultos debemos aprender muchísimo, en este
sentido, de los jóvenes.
Esos jóvenes que nos producen temor porque son auténticos.
No miran nada para tener en cuenta cuando es el momento de manifestar
su verdad.
No se detienen ante nada cuando deben ser ellos mismos.
Durante un tiempo se consideraba que ellos eran irrespetuosos porque se
manifestaban tal piensan y sienten.
Esa consideración se perdió cuando se supo apreciar que tal cosa no
respondía a otra cosa que la autenticidad.
Antes se intentaba hacer callar a aquel joven que, ante una situación,
decía: “es un embole”
Hoy, ante la misma expresión, debemos revisar lo realizado porque, sin
duda, algo de “embolante” ha de tener.
El auténtico no oculta su pensar o su sentir por miedo a quedar mal.
El auténtico no actúa para conformar la opinión de los demás sino que
intenta conformarse.
El ser auténtico requiere de mucho coraje puesto que vive para intentar ser
el mismo.
La autenticidad es un ejercicio constante de coraje, madurez y coherencia.
Se podrá equivocar puesto que por más auténtico que sea no deja de ser un
ser humano.
La autenticidad no es una perfección a la que se llega sino un estilo de vida
que se pone en práctica desde un permanente proceso.
El auténtico está más expuesto a ser cuestionado ya que lo suyo no se
esconde detrás del actuar de la mayoría.
El auténtico está siempre a la intemperie y tal cosa no es un gusto o un
capricho sino que es una opción de vida.
El auténtico no es el caprichoso que hace “lo que se le cante” sino que es el
que asume posturas de vida muchas veces difíciles para el mismo.
El auténtico tiene, en alguna papelera, guardado el “qué dirán” para
moverse buscan siempre lo mejor y debe ser reconocido, aceptado y
valorado por tal cosa.
Esta persona de la que hablábamos es, por sobre todas las cosas, un ser
auténtico.
Padre Martín Ponce de León