Año nuevo, ¿misma vida?
P. Adolfo Güémez, L.C.
Cada 1° de enero comenzamos con la ilusión de que ahora sí este año lograremos cambiar
aquello que tanto hemos querido transformar. Pero es una realidad: la mayor parte de las
veces llegamos al 31 de diciembre y nos damos cuenta de que no cumplimos con aquello
que tanta ilusión nos causaba.
Nos hacemos propósitos tan preciosos, tan profundos, que ya quisiera haberlos formulado
el mismo doctor de la Iglesia san Juan de la Cruz. Y sin embargo, las más de las veces se
quedan simplemente como hermosas ideas, pero que no transforman más que el papel en el
que fueron escritas.
¿Qué podríamos hacer para que este año no nos pase lo mismo?
Lo primero de todo es que nuestros propósitos deben tener como centro el amor. Porque
amar es lo esencial en la vida, lo que nunca pasa, lo que permanece. Porque Dios mismo es
Amor (cf. 1Jn 4, 8). Y sólo en el amor somos felices.
Al pensar qué debes hacer, no pierdas de vista el verdadero objetivo de la vida: Dios.
Porque el fin de todo no es el éxito, la salud, o la riqueza. Lo que de verdad vale es sólo lo
que hagamos por Dios y por nuestros hermanos.
Por otro lado, no quieras abarcar demasiado. Sé sucinto, sencillo y práctico. Un gran clásico
de la literatura espiritual llamado “La Imitación de Cristo” dice que, si cada año lográramos
vencer un vicio, muy pronto seríamos perfectos. ¡Qué cierto es!
Aplicándolo a nosotros, podríamos decir que si cada año cumpliéramos un propósito,
pronto también seríamos santos. Por eso, no hagas un pergamino de propósitos, dos o tres
bastan. ¡Pero exigentes y transformantes!
Sigue este consejo: No quieras tampoco cumplirlos por tu propia cuenta. Pide ayuda para
hacerlo. Porque cuando otros apoyan, entonces el trabajo se hace más fácil. Ahí están tu
familia, tus amigos, tu director espiritual. Cuéntales lo que te has propuesto y pídeles
consejo, apoyo y también un jalón de orejas cuando no los estés cumpliendo.
Una cosa muy práctica: repásalos cada semana, o al menos cada quince días. No dejes que
se empolven, olvidados hasta el próximo año. Ponte un tiempo concreto para hacerlo, para
pensar qué estás haciendo bien y qué puedes hacer mejor. El autoexamen es el mejor medio
para perfilar nuestra vida.
A mí me ayuda mucho también escoger un lema para el año. Elige una frase que te motive,
ilusione y te mueva a trabajar. De ésas que tienen poder por sí mismas, fácil de recordar,
pero con mucho contenido. La Palabra de Dios está llena de ellas. ¡Búscala y repítetela
constantemente!
Y lo más importante de todo: ponlos en manos de Dios. Si aún no has ido a misa para
agradecerle por el año pasado y pedirle por el presente, ¡hazlo ahora! Dios es nuestro mejor
aliado para lograr nuestras metas. Y teniéndolo a Él de nuestro lado no nos faltará nada.
La historia cuenta que Tito, el emperador romano, tomó la resolución de hacer cada día una
buena obra. Cada noche se analizaba para ver si ese día lo había cumplido. Y si el resultado
era negativo, entonces se decía a sí mismo: «Diem perdidi. He perdido el día.»
Las vidas de los grandes hombres se entretejen con aquellos propósitos por los que luchan
cada día. ¡Este año tú sí puedes ser mejor!
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