Condenas fáciles, condenas difíciles
P. Fernando Pascual
28-12-2014
Es fácil condenar lo que grandes mayorías condenan. Ir contra la esclavitud, contra las
discriminaciones raciales, contra la contaminación, contra la intolerancia...: pocos se atreven hoy día a
decir que no se oponen a esas graves injusticias.
El problema radica en el silencio cómplice que rodea otros asuntos humanos. ¿Por qué parece extraño
promover declaraciones contra el aborto, o contra el divorcio arbitrario, o contra el abandono de
ancianos, o contra las imposiciones de los Estados sobre las convicciones religiosas de las familias?
Una condena resulta fácil cuando está de moda o cuando se apoya en grandes grupos de presión, como
los que controlan la economía, la política, los medios de comunicación.
En cambio, una condena es difícil cuando se alza contra quienes dominan espacios muy amplios del
mundo “intelectual” o cuando se enfrenta a mayorías que ya no perciben la gravedad de actos como los
que se cometen en el aborto o la eutanasia.
Existe un deber de erradicar aquellos males que son consecuencia de decisiones humanas. Por eso es
siempre necesario condenar comportamientos que dañan a otros, que ponen en peligro el planeta, que
promueven egoísmos, que cierran a la transcendencia.
Pero no habrá justicia si nos limitamos a las condenas fáciles y dejamos de lado las condenas difíciles.
Ir contra la mentalidad dominante nunca ha sido fácil. Pero es algo urgente si queremos que el mundo
inicie procesos que abran al bien, a la verdad y a la justicia.