La patología en lo humano
P. Fernando Pascual
20-12-2014
A lo largo de la historia miles de hombres y mujeres han mentido, han odiado, han robado, han
matado, han traicionado, han destruido, han dejado secuelas de dolor y lágrimas.
El presente no ofrece señales de ruptura con ese pasado trágico. También hoy miles de seres humanos
dañan gravemente a otros seres humanos, además de provocar enormes catástrofes naturales con
consecuencias imprevisibles.
El panorama puede parecer desolador. En más de uno asoma la idea: ¿no será que el ser humano está
mal hecho? ¿Es la especie humana algo sano o padece una patología ineliminable?
Ante este tipo de comportamientos, ante tanto dolor que pudo haber sido evitado, surge la tentación de
despreciar nuestra misma naturaleza. No falta quienes dicen que uno de los peores logros evolutivos se
produjo, precisamente, cuando en el planeta tierra aparecieron los primeros seres humanos...
Llegar a condenar a toda la humanidad por esos hechos no es justo. En primer lugar, porque también
en el pasado y en el presente, millones y millones de seres humanos han sido honestos, han respetado
los bienes ajenos, han defendido la vida de otros, han sido fieles a buenos ideales, han construido
viviendas y hospitales, han aliviado el dolor de los cercanos y los lejanos.
En cada corazón se esconde esa terrible alternativa: hacia el mal que destruye o hacia el bien que
edifica. Si dejamos de lado los muchos casos de enfermedades psíquicas que quitan por completo la
responsabilidad de un acto, reconoceremos ese gran tesoro de la libertad que permite a unos vivir como
tiranos y a otros resistir como héroes de la verdad y la justicia.
¿Qué hay en el ser humano que lo hace tan terrible y tan magnífico? Es uno de los grandes misterios
que atraviesa toda nuestra historia. Más allá de respuestas insuficientes que no llegan al núcleo del
problema, cada hombre, cada mujer, se encuentra ahora en una encrucijada, y la decisión está, por
entero, entre sus manos.
Escoger el mal provocará nuevos daños. Escoger el bien atraerá un poco de bondad y belleza. Solo con
opciones sanas y justas “podemos abrirnos nosotros mismos y abrir el mundo para que entre Dios: la
verdad, el amor y el bien” (Benedicto XVI, encíclica “Spe salvi” n. 35).