Tú, Señor, sabes por qué
P. Fernando Pascual
20-12-2014
No entendemos ciertos hechos. Un accidente, una epidemia, un terremoto, una guerra. No
comprendemos por qué ahora, por qué con tantas víctimas, por qué con tantas lágrimas y tanto dolor.
Son hechos grandes, que afectan la vida de miles de personas. O hechos “pequeños”, pero que hieren
profundamente la vida de una familia o de un grupo humano: la muerte de un hijo tras un accidente
causa un dolor indescriptible.
No podemos cambiar el curso de la historia. Pero algunos hechos habrían sido evitados con un poco de
prudencia, de tacto, de calma. Quizá nos duelen tanto precisamente por eso: todo habría sido diferente
si aquel hombre no hubiese tomado unas copas de más que luego provocaron ese accidente donde
murieron varias personas muy queridas.
Surge entonces la pregunta: ¿por qué? Sí, hay “respuestas” que ofrecen disciplinas como la psicología
o la sociología, pero esas respuestas no llegan al fondo del misterio. Era tan sencillo haber detenido a
tiempo una cadena de acciones que llevaron a la catástrofe...
También la pregunta se dirige a Dios: ¿por qué el mundo es así, inseguro, complejo, lleno de “errores”
y accidentes, con seres humanos que abusan de su libertad y dañan a otros?
Nos cuesta seguir adelante con el dolor dentro del alma. Quisiéramos una respuesta definitiva, pero
mientras estamos en camino vivimos rodeados de incertezas.
En el núcleo del cristianismo brilla una luz que consuela internamente. Si Dios es bueno, si no se vende
un pajarillo sin su permiso, y si somos más importantes que las aves del cielo (cf. Lc 12,6-7), podemos
mirarle con un corazón lleno esperanza.
Más allá de esas lágrimas, confío. Miro al cielo y, con un poco de paz, susurro a mi Padre Dios: Tú,
Señor, sabes por qué. Yo me abandono a tus manos, y te pido fuerzas para consolar a quienes, como
yo, no entienden y buscan rostros amigos en el momento de la prueba.
Un día comprenderemos... Mientras, lanzamos el ancla del corazón hacia Dios (cf. Hb 6,17-20), y
seguimos en camino hacia la Patria donde cada lágrima recibirá su sentido pleno. Porque, como dijo
Jesús, llegará el momento en que “vuestra tristeza se convertirá en gozo” ( Jn 16,20-21).