ESTARÁN PRONTOS
Supongo ya han de estar preparados.
Como todos los años llega el momento de ponerse en movimiento.
En cualquier momento un tumulto inusitado de voces los hará ponerse en
camino.
Son voces que responden al llanto de un niño recién nacido.
Ese llanto que rompió el silencio de la noche e hizo despertar vuestra
atención.
Parecía el balido de un cordero pero no era ello.
Vuestros oídos atentos escucharon aquel sonido rompiendo la noche y
rompiendo vuestra tranquilidad.
¿Qué podía ser aquello?
Era demasiado extraño para ser la voz de algún corderito.
Era demasiado extraño el llanto de un niño saliendo de las entrañas de las
grutas.
Todos habían escuchado un extraño sonido.
Habían despertado a los que dormían su primer sueño mientras ellos hacían
guardia.
El cálido fuego que les acompañaba quedaría cuidando los rebaños pese a
que se movían inquietos.
Fue ese movimiento de las ovejas, acostumbradas a escuchar los sonidos de
la noche, lo que les hizo tener la certeza de que algo extraño había
ocurrido.
Sus miradas están acostumbradas al lugar y a las sombras.
No necesitan acicalarse ya que siempre están prontos.
Vuestro convivir con vuestros rebaños les hace vivir con lo imprescindible
que es lo necesario.
No poseen otra arma que los cayados y la atención.
No precisan de mucho más.
El llanto vuelve a escucharse desgarrando la oscuridad de la noche.
Ya no dudan que proviene de las entrañas de las grutas cercanas.
Ya no dudan que es un niño el que produce tal sonido.
No pueden permanecer indiferentes.
Sin decirse palabras se ponen en movimiento buscando el lugar donde se
encuentra ese niño que ha llorado.
¿Cómo puede ser posible un niño en las cuevas de la montaña?
¿Será que lo han abandonado y llora de hambre y frío?
¿Será que el parto llegó para una madre que está refugiada en alguna
cueva?
En invierno son sus rebaños quienes ocupan las cuevas.
En verano ese espacio es únicamente para los murciélagos.
Las cuevas son un gran refugio de olores que perduran durante mucho
tiempo.
Pero ahora, en alguna de ellas hay un niño recién nacido que llora.
Es la primera voz emitida por aquel niño y los que la escuchan no logran
comprender lo que dice.
Ellos responden a lo que escuchan pero sin comprender lo que está
sucediendo.
Muy bien que conocen el lugar donde se ubican las cuevas por lo tanto la
búsqueda no se les hace difícil.
Así llegan hasta aquella cueva donde dos sombras humanas son presencia.
Una se mueve sin atinar a movimientos útiles. Parece desbordado por el
momento.
La otra sombra se encuentra acurrucada en un rincón de más sombra.
El niño vuelve a emitir un tibio quejido que delata su presencia.
Vosotros, asomados en silencio, observan las sombras humanas por un
breve instante.
No necesitan de palabras para saber que deben volver, de prisa, a vuestro
campamento.
Aquellos seres de la cueva poseen mucho menos que lo poco que ustedes
poseen.
Necesitan mucho más que vuestras miradas y vuestras presencias
silenciosas.
No caminan buscando y por ello vuestros pasos poseen más prisa.
Cada uno de ustedes hurga en vuestros morrales.
No necesitan buscar mucho puesto que es muy poco y sabido lo que
poseen.
Uno toma un brazado de ramas, otro realiza una apurada antorcha, otro un
trozo de queso, otro un algo de miel y otro unos cueros curtidos por el sol.
Regresan con vuestra carga de pobreza pero tesoros invalorables para los
ocupantes de la cueva oscura.
Supongo ya estarán prontos puesto que el momento se avecina y requiere
de ustedes ya que no hay navidad sin pobreza compartida.
Navidad, como siempre, necesitará, una vez más, de ustedes.
Padre Martín Ponce de León