Dios misericordioso, incomprensible...
P. Fernando Pascual
En la vida real, ciertos fallos son imperdonables. Un político que es descubierto en sus mentiras, un
empresario al que arrestan por sus cuentas sucias, un trabajador que es despedido por haber robado
o maltratado a algún compañero, un esposo o una esposa expulsados de su propia casa por pegar a
los hijos.
Es verdad: hay delitos que no pueden ser perdonados ante los hombres. Asesinar a un hijo o a los
propios padres, oprimir y maltratar a mujeres que se convierten en esclavas del sexo, merecen toda
la condena de la ley. Ante estos hechos, sentimos un rechazo universal: son injusticias que deben
ser cercenadas con energía, que deben ser eliminadas y castigadas con todo el peso de la ley.
Pero aquí nos sorprende el Dios cristiano. La justicia humana debe realizar su trabajo, encadenar a
los opresores, condenar a los criminales. Dios, en cambio, tiende una mano a todos, ofrece un
camino de redención a quien cayó en los pecados más horribles, abre una puerta de esperanza a
quien ya no merecería el afecto de los hombres. Sólo pide una condición: el arrepentimiento. Quien
suplica el perdón de Dios y de los hombres, de corazón, sinceramente, encontrará siempre abiertas
las puertas de la misericordia.
Que Dios sea capaz de perdonar lo “imperdonable” nos deja perplejos. El paraíso estará lleno de
sorpresas. Ya los Padres de la Iglesia imaginaban el abrazo entre el primer mártir, san Esteban, y
aquel fogoso perseguidor que se llamaba Saulo (hoy le llamamos san Pablo) y que participó en la
muerte de Esteban. El buen ladrón se sentará en la mesa de los cielos junto a alguna de sus víctimas.
Se saludarán y abrazarán María Goretti y su asesino, Alessandro Serenelli.
No nos toca a nosotros juzgar a Dios. La misericordia nos supera infinitamente. Sí podemos, en
cambio, imitar a ese Dios bueno, ser misericordiosos como el Padre lo es con nosotros. Después de
una confesión sincera, podremos mirar al cielo y sentirlo más cercano, y nos resultará posible
perdonar tantas ofensas recibidas.
Desde luego, aunque Dios perdone, en ocasiones habrá que satisfacer la justicia humana, reparar los
daños contra otros, tal vez ser señalado por quienes acusan a un culpable de delitos del pasado, y
esto no resulta nada fácil.
Pero Dios es capaz, con el bálsamo de su perdón, de hacer llevadera la más dura de las penas.
Incluso esa pena misteriosa, a veces obsesiva, del remordimiento más profundo... Dios es más
grande que nuestro corazón (cf. 1Jn 3,20). Puede perdonarnos (sólo Él), y permitir que nuestra vida
empiece a ser, ya en la tierra, reflejo del amor de un Dios bueno.