Tener presencia de Dios es ser contemplativo
Rebeca Reynaud
San Juan Pablo II dijo que la Iglesia del futuro era una Iglesia de contemplativos:
profesionistas, amas de casa, sacerdotes, obreros, cocineros, humanistas, etc. Los
contemplativos son los que tienen presencia de Dios y Le tratan familiarmente,
como hijos que se saben muy amados de Dios. Los contemplativos llevan la ley de
Dios en el corazón. Saben que los Mandamientos, más que prohibiciones, son la
conducta que Dios espera de ellos, es decir, del pueblo de Dios.
“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, dice Jesús al final del
Evangelio de San Mateo. Y nos da una prenda de ese estar con nosotros en la
Eucaristía. Cuánta paz nos da que Jesús quiera estar con nosotros. El sufrimiento
de Dios es que no estemos con él. Muchas veces Él nos dice: “Piensa en mí, piensa
en mí”. Amar es pensar en Dios, es escucharlo. Amar es ante todo vivir para el ser
amado; pero Él tiene que quemar todo egocentrismo, y él nos ayudará a descubrir
todo lo que queda en nosotros de apego y de búsqueda personal. La capacidad de
encontrarlo está en nuestra fe.
Santa Teresa dice que hay que “mirar a quien nos mira”, porque la presencia de
Dios es hacer presente al Amigo para tener un encuentro personal con él. Esta
presencia supera la soledad que aísla. El hombre es relacional, busca convivir con
Dios y con los demás. La presencia de Dios es compartir todo con Dios, pedirle
ayuda y consejo y considerar los asuntos en su presencia.
La presencia de Dios nos ayuda a alejar las preocupaciones inútiles o inoportunas.
Dios nos podría decir: “¡No pierdas el tiempo olvidándome! Pensar en mí es
multiplicar por diez tu fecundidad. Encuéntrame en todo. Yo hago mías tus
intenciones y bendigo a cuantas almas me confías. Déjame conducirte a mi manera.
Yo pacifico todo lo que conquisto y comparto mi alegría luminosa con todo lo que
asumo. Mis caminos son a veces desconcertantes, trascienden la lógica humana, en
la humilde sumisión a mi proceder en donde encontrarás la paz y la fecundidad. No
cuentes contigo, cuenta Conmigo. Une tu oración a mi oración. Ten confianza, la
confianza es la forma de amor que más me honra y me conmueve. La confianza
que no se manifiesta se debilita y se esfuma. Conmigo no hay ni una sola dificultad
de la que no puedas salir victorioso. Yo estoy en lo más íntimo de cada persona,
pero ¡qué pocas se preocupan de ello! Llámame en las horas del dolor para que tu
cruz sea mi Cruz y para que así te ayude yo a llevarla con paciencia y valentía. Yo
te doy la fuerza y el valor de emprender todo lo que te pido. Esfuérzate por ser un
testigo de mi divina benevolencia. Da gracias por todo. Ofréceme el mundo entero”.
(cfr. Gaston Courtois, Cuando el Señor habla al corazón, San Pablo 1998).
Tener presente a Dios transfigura todo lo que hacemos. Cuando invitamos a Dios a
unirse a nuestro trabajo y a nuestra oración, todo lo que hacemos adquiere un
valor especial, un valor divino.
Hemos de convencernos de que Dios siempre está junto a nosotros. En Hebreos
13,5 Dios nos dice: No te dejaré ni te abandonaré. Para ser buen cristiano es
imprescindible que el pensamiento y el corazón se orienten instintivamente hacia
Dios, como la brújula hacia el polo. Jesús nos está esperando en el sagrario
eucarístico y en el sagrario interior, y en el trabajo de cada día. Venimos a la vida
para eso, para estar con Cristo y para amarlo en la eternidad.
Hay que pedirle al Señor la gracia de una percepción más fina de todas sus
delicadezas, de su inmenso amor para con nosotros.
Las oraciones y sufrimientos producirán sus frutos en la medida de la intensidad de
nuestra unión con Dios. Dios es el que ora, sufre y ama en nosotros. El Amor
infinito nos ha amado hasta realizar verdaderas locuras: la locura del pesebre, la
locura de la hostia, la locura de la cruz. ¿Cómo corresponderle? Invocándolo como
al mejor amigo, al amigo íntimo, con quien siempre se cuenta; olvidando las
ofensas como si nunca hubieran existido.
Para que el tiempo se multiplique hemos de tener más presencia de Dios. Dios
quiere tiempo de oración exclusivo para Él. La persona que ama encuentra siempre
tiempo para quien ama.
Escribe el poeta Amado Nervo:
“Se￱or, Se￱or, Tú antes; Tú después, Tú en la inmensa
hondura del vacío y en la hondura interior;
Tú en la aurora que canta y en la noche que piensa;
Tú en la flor de los cardos y en los cardos sin flor”.
Benedicto XVI escribe en la Encíclica Deus caritas est, n. 37: “La familiaridad con el
Dios personal y el abandono a su voluntad impiden la degradaci￳n del hombre”. La
oración y la aceptación de las propias circunstancias lleva a la sabiduría, si se lucha
por vivir en presencia de Dios todo el día. Nuestra presencia de Dios ha de estar
empapada en filiación divina, en la alegría de sabernos hijos de Dios.