Límites
P. Fernando Pascual
6-12-2014
El límite indica dónde algo termina. O que no puedo ir más allá. O que no debo hacer esto o lo otro. O
que la ley establece la línea que separa lo permitido de lo prohibido.
El límite aparece ante mí también a la hora de pensar. No consigo entender más allá de esta fórmula.
No alcanzo a ver lo que ocurre en el corazón de otros.
El límite redimensiona mis deseos. Porque la falta de dinero, o de fuerza, o de amigos, o de ilusiones,
me impiden poner en marcha proyectos, planes, propósitos, que permanecen muchas veces en el libro
de los planes nunca realizados.
El límite me hace ver que la vida terrena está atada a un tiempo y a un espacio. Es cierto que puedo
moverme, pero no siempre conseguiré llegar a donde deseo. Es posible que mañana haya más tiempo
para ese proyecto, pero no sé si habrá para mí un mañana: tal vez mi límite está establecido hasta esta
noche.
Recordar que nuestra existencia es limitada ayuda a tomar conciencia de la responsabilidad de nuestros
actos y nos empuja al realismo que deshecha sueños inútiles.
Estoy rodeado de límites, pero sigo siendo libre. Estoy a veces presionado por carencias, pero nadie me
puede impedir un acto de amor maduro y generoso.
Este día, en el círculo de mis límites, puedo escoger entre mil posibilidades. Si me dejo guiar por Dios,
si decido dejarme amar y amar sin medida (sin falsos límites que surgen de mis miedos), conseguiré
que mi existencia, frágil y pobre, adquiera un toque de eternidad y de belleza insospechada.