Verdad, ignorancia, error, y educación humana
P. Fernando Pascual
15-11-2014
La educación permite pasar de un estado a otro. Normalmente el primer estado se caracteriza por cierta
ausencia de conocimientos o habilidades. El segundo estado, que suponemos mejor, se consigue
gracias a la adquisición de algo nuevo en el ámbito del conocer o del actuar.
Todo ello implica colocarnos en una especie de línea imaginaria. El punto de partida del proceso
educativo se caracteriza por ciertas carencias, en ocasiones por errores. El punto de llegada supone
haber avanzado hacia conquistas positivas, hacia acercamientos a la verdad.
En esa línea, juegan un papel singular dos palabras: verdad y error. La verdad caracterizaría la
educación cuando ésta permite vislumbrar cosas nuevas o verlas de modo más preciso, completo,
exacto, en la medida de lo posible. El error heriría en su núcleo a la educación cuando ésta hubiese
alejado al educando de la verdad para llevarle a acoger ideas equivocadas o a adoptar actitudes o
comportamientos que dañan al mismo educando o a los demás.
Hay que tener presente, ante esa línea imaginaria, que nuestro conocimiento es limitado: nunca
lograremos agotar todo lo que pueda saberse sobre la gran mayoría de los temas estudiados. En otras
palabras, no resulta posible alcanzar, al menos en la vida presente, una verdad completa sobre muchos
asuntos y ámbitos de las ciencias y los saberes humanos.
De lo anterior podemos sacar algunas conclusiones. La primera: que un acto es realmente educativo
sólo cuando respeta su misión propia, que consiste en promover “avances” y mejoras en el educando.
Ello implica ayudar a dar pasos concretos, aunque sean pequeños, desde la ignorancia hacia el
conocimiento.
Lo anterior está unido a un punto importante: todo proceso que lleve al engaño o hacia actitudes
inmorales no sería, en sentido estricto, educativo, sino “deseducativo”.
La segunda conclusión: aprender no significa llegar a verdades completas sobre lo estudiado. Muchas
veces educar es sinónimo de iniciar un camino, que necesita ser mejorado continuamente, hacia
verdades más o menos asequibles. En muchos campos, tales verdades son provisionales, pero ello no
significa decir que no son conquistas deseables y buenas.
La tercera: por su misma naturaleza, la teoría y la práctica educativa se oponen al relativismo, pues no
todo vale lo mismo. Sólo cuando aceptamos que la verdad es mejor que el error y la mentira, y que el
ser humano puede avanzar hacia la primera y alejarse de los segundos, podemos reconocer, en toda su
riqueza y complejidad, lo que significa educar a otros.
Hablar de educación es hablar de verdad y de error, de ignorancia y de conocimiento, de perfección y
de imperfección. El reto educativo, que toca a cada generación humana, a cada pueblo, por muy
diferentes que sean las visiones culturales, radica precisamente en ese deseo de dejar a un lado
ignorancias más o menos dañinas y de acercarse, con plena conciencia de los límites propios de
nuestras capacidades, hacia esas verdades que anhelamos desde lo más íntimo de los corazones.