El eterno problema de las “armas prohibidas”
P. Fernando Pascual
22-11-2014
El gran mal de las guerras está en las decisiones injustas de quienes las provocaron. Luego surge un
nuevo mal, el de los métodos que siguen unos, otros, o todos para llevar adelante esas guerras.
Toda guerra surge desde una primera opción a favor de la violencia. Con ella se espera vencer,
neutralizar, destruir al adversario.
En esa violencia, la historia nos muestra un uso sumamente variado de armas: piedras, incendios
provocados, espadas, flechas, lanzas, explosivos, cañones, arcabuces, pistolas, escopetas,
ametralladoras, bombas, sustancias químicas y un largo etcétera.
Es de loar que haya acuerdos internacionales que prohíben el uso de ciertas armas como contrarias a lo
que podría ser considerado como “justo”. Pero esos acuerdos son insuficientes y contradictorios si no
van a la raíz del problema: las decisiones que provocan las guerras.
Para las miles de víctimas, soldados o civiles, que mueren en las guerras, en ocasiones resulta muy
poco relevante la diferencia que hay entre morir a cuchilladas o bajo la acción narcotizante de un gas
“prohibido”. Alguno dirá que el uso de cuchillos no está prohibido en las campañas militares, pero ello
no quita los dolores atroces que pueden provocar en seres humanos concretos, ni que sean empleados
por ejércitos que obedecen órdenes claramente injustas.
Por eso, antes de alcanzar acuerdos más o menos exigentes para prohibir el uso de ciertas armas, urge
tomar resoluciones firmes para que nunca un Estado o un grupo de personas puedan usar violencia
contra inocentes, ni iniciar guerras desde pretensiones claramente injustas.
Escandalizarse por el uso de “armas prohibidas” mientras se reacciona con más pasividad ante el uso
de “armas permitidas” en guerras de agresión es simplemente absurdo. Lo importante es intervenir con
firmeza contra cualquier violencia injusta, y promover esa convivencia que permite respetar, acoger y
ayudar a cualquier ser humano necesitado de protección física y jurídica.