Queremos paz
P. Adolfo Güémez, L.C.
¡20 de noviembre de 1910!. Fecha oficial en la que conmemoramos el inicio de la
Revolución Mexicana.
Una guerra que, como todas, trajo al país muchas muertes, tristezas y tragedias. Pero,
finalmente, también la paz.
A muchos de esos hombres sinceros y valientes les debemos la tranquilidad de la que
hemos estado disfrutando en México por decenas de años. Una paz social que hoy en
muchos lugares, lamentablemente, es sólo aparente.
Todos sabemos que en los últimos años esta paz se ha visto muy comprometida. No sólo
por el crimen organizado o la corrupción, sino también por la indolencia o indiferencia de
todos nosotros en una sociedad cada vez menos cristiana y solidaria.
Los sucesos que estamos atestiguando hoy, como los disturbios de los normalistas, no son
sino el colofón de una situación de la que, tanto tú como yo, somos también culpables.
La paz no la construye solo el gobierno. Tampoco la ausencia de criminales o la eficiencia
de las fuerzas policiales. La paz se construye con el corazón de todos los que conformamos
esta sociedad. Y no podemos rehuir dicha responsabilidad. Porque…
Yo destruyo la paz cuando en mi familia, en lugar de buscar el diálogo, actúo con violencia,
imposición o precipitación.
Yo destruyo la paz cuando no enseño a mis hijos a luchar por lo que es bueno y verdadero,
sino que los motivo solo a ganar, muchas veces, a costa de la misma conciencia o del
respeto a los demás.
Yo destruyo la paz cuando me comporto de manera déspota con un empleado o un
proveedor de servicios, simplemente por el hecho de que yo le pago y tengo “derecho”
sobre él.
Yo destruyo la paz cuando quiero imponer mi opinión, sin abrirme sinceramente a las ideas
de los demás.
Yo destruyo la paz cuando permito la corrupción para salvarme de algo que yo mismo he
hecho mal.
Todos y cada uno de nosotros podemos ser destructores de la paz.
Pero también podemos ser sus principales arquitectos. Porque…
Yo construyo la paz cuando me preocupo sinceramente por el bien del otro, aunque
aparentemente no tenga nada que ver conmigo. Todos somos parte de una misma
comunidad, y en el tejido social lo que le pasa al otro, termina por afectarme a mí. Por eso
debo siempre estar dispuesto a echar una mano a quien lo necesite.
Yo construyo la paz cuando hago todo lo que está a mi alcance por salvaguardar la unidad y
la concordia en mi familia. Cuando no estoy dispuesto a tirar la toalla simplemente por
conflictos que, con un poco de perdón y un mucho de paciencia y comprensión, se pueden
superar.
Yo construyo la paz cuando estoy abierto a escuchar a los demás sin crear un conflicto,
aunque me generen antipatía o piensen totalmente distinto de mí.
Yo construyo la paz cuando le ofrezco al otro una sonrisa, una palabra educada, una actitud
diferente.
Yo construyo la paz cuando le doy a Dios el primer lugar, y no lo suplanto por cualquier
baratija que me llame la atención. Cuando vivo de acuerdo a lo que Él me pide, y no
conforme a mis pasiones. Cuando le rezo para que proteja a nuestro país, dé sabiduría a los
gobernantes y arrepentimiento a los criminales. Porque Dios no es un Dios de confusión,
sino de paz (cf. 1Cor 14, 33).
Queridos lectores, no seamos solo espectadores pasivos ante lo que sucede en nuestro país.
Manchémonos las manos, los brazos, e incluso todo nuestro ser si fuera necesario. Esta
lucha no es sólo por evitar el conflicto, sino sobre todo por fomentar la paz. Está en
nuestras manos. De nosotros depende.
www.padreadolfo.com