A Dios nadie lo engaña
P. Fernando Pascual
15-11-2014
Trampas e intrigas. Calumnias y mentiras. Hombres y mujeres que sucumben bajo maniobras tejidas
con astucia y falsedades.
En el pasado y en el presente hay quienes logran sus objetivos a base de oscuridad y de mentira. Llegan
hasta el extremo de destruir matrimonios, de manipular las mentes de millones de personas, de
provocar guerras, de generar odios que duran por décadas.
Los seres humanos, con su mente frágil y su corazón inquieto, pueden ser engañados. Pero a Dios
nadie lo engaña.
El mentiroso, en lo más profundo de su alma, siente esa voz de la conciencia que denuncia su
mezquindad, que lo invita a la conversión. Es capaz de descubrir, si su espíritu no está completamente
pervertido, la mirada de Dios que le exige romper con la mentira, reparar daños y vivir en la verdad.
Duele descubrir cómo las mentiras giran y giran en un mundo ya de por sí herido. Duele, porque las
mentiras generan desconfianza, porque dañan a los más débiles, porque carcomen el interior de quienes
escogen el camino del mal.
Pero en ocasiones la verdad triunfa. A veces, en nuestro mundo confuso, la victoria se logra gracias al
arrepentimiento de quien se acusa de sus mentiras y pide perdón a los dañados. O también gracias a
miradas limpias y exigentes que consiguen romper el cerco de las tinieblas para que salgan a la luz
falsedades que provocaron tantas lágrimas y sufrimientos.
Otras veces hay que esperar a lo que llega tras la muerte. Entonces los mentirosos tendrán que
responder ante el tribunal de Dios de todo el daño que causaron con sus mentiras y maquinaciones. En
cambio, las víctimas que supieron responder al mal con el bien (cf. Rm 12,21) serán recibidas en el
Reino donde brillan los que fueron veraces, humildes, justos, y santos.