Amor a Dios, amor al hermano
P. Fernando Pascual
15-11-2014
Preguntar por Dios significa preguntar por el Amor. Y preguntar por el amor, eso que tanto
desea el corazón humano, es preguntar por Dios.
Por eso el “mandamiento mayor”, lo mejor que Dios puede pedir al ser humano, consiste
precisamente en amar: amar a Dios y, con un amor semejante, amar al hermano.
Surgen entonces varias preguntas: ¿cómo se unen amor a Dios y amor al prójimo? Además,
¿cómo amar a un Dios al que no vemos? Y, ¿se puede mandar el amor? (cf. Benedicto XVI,
encíclica “Deus caritas est”, nn. 16-18).
El amor parece un sentimiento, como explicaba el Papa Benedicto XVI: surge o no surge... Pero,
¿podemos sentir eso hacia Dios, si no lo encontramos en nuestra vida diaria?
En realidad, hay diversos caminos para “tocar” a Dios, para suscitar el sentimiento de amor de
un modo experiencial. Uno consiste en la gratitud que nace de reconocer sus dones. A veces
corremos el riesgo de acostumbrarnos a que salga el sol, a que cante un pájaro o a que haya
ruidos en el piso de arriba... Todo lo que existe es don de Dios, y necesitamos agradecérselo de
todo el corazón.
Otro camino, quizá el más personal, surge desde la experiencia del perdón: nadie como Dios me
ha amado tanto, hasta el extremo de perdonar una y mil veces mis pecados.
Pero hay un camino más profundo para llegar a Dios, para tocarlo. Es el camino que inicia con
la Encarnación: el Dios invisible se hizo visible y cercano, tanto que podemos tocarlo,
escucharlo, recibirlo en cada Eucaristía.
Desde que Cristo vino al mundo, también se ha hecho presente en cada ser humano, de tal forma
que todo lo que hagamos por los otros se lo hacemos a Él (cf. Mt 25,31-46).
Por ese motivo amor a Dios y amor al prójimo están unidos de modo inseparable (cf. Mt 22,34-
40). “Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no
ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” ( 1Jn 4,20).
De esta manera, el amor al hermano nos lleva al amor a Dios. Así lo explicaba, en el siglo VII,
san Juan Clímaco: “Quien ama al Señor comenzó por amar a su hermano, pues este segundo
amor es la prueba del primero” (“Escala al paraíso”, escalón 30, n. 26).
Otro santo de los primeros siglos, san Doroteo de Gaza, imaginaba en sus conferencias un gran
círculo para representar cómo el amor a Dios y el amor al prójimo avanzan o retroceden al
mismo tiempo.
“Imaginen un círculo trazado sobre la tierra, es decir una circunferencia hecha con un compás y
un centro. Se llama precisamente centro al centro del círculo. Presten atención a lo que les digo.
Imaginen que ese círculo es el mundo, el centro, Dios, y sus radios, las diferentes maneras o
formas de vivir los hombres.
Cuando los santos deseosos de acercarse a Dios caminan hacia el centro del círculo, a medida
que penetran en su interior se van acercando uno al otro al mismo tiempo que a Dios. Cuanto
más se aproximan a Dios, más se aproximan los unos a los otros; y cuanto más se aproximan los
unos a los otros, más se aproximan a Dios.
Y comprenderán que lo mismo sucede en sentido inverso, cuando dando la espalda a Dios nos
retiramos hacia lo exterior, es evidente entonces que cuanto más nos alejamos de Dios, más nos
alejamos los unos de los otros y cuanto más nos alejamos los unos de los otros más nos alejamos
también de Dios.
Tal es la naturaleza de la caridad. Cuando estamos en el exterior y no amamos a Dios, en la
misma medida estamos alejados con respecto al prójimo. Pero si amamos a Dios, cuanto más
nos aproximemos a Dios por la caridad tanto más estaremos unidos en caridad al prójimo, y
cuanto estemos unidos al prójimo tanto lo estaremos a Dios”.
Amor a Dios, amor al hermano: dos realidades inseparables. Sólo si recordamos esta verdad y
trabajamos por vivirla podremos ser, realmente, cristianos auténticos, seguidores de quien vino
al mundo no para ser servido sino para servir (cf. Mt 20,28).