ALGO MÁS QUE PALABRAS
¿ESTAMOS PREPARADOS PARA DISCULPAR LOS DEFECTOS DE LOS DEMÁS?
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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A raíz de un evento interactivo que se realiza en la sede de la ONU, "Somos Familia: educar a
nuestros hijos para un mundo más seguro", para conectar a los jóvenes en todo el mundo, con motivo del
el Día Internacional para la Tolerancia (16 de noviembre), se me ocurre interrogarme, e interrogar
también al lector si me lo permite, sobre esta cuestión: ¿Estamos preparados para disculpar los defectos
de los demás? ¿Es necesario reparar en ellos?. El aguante es esa sensación incomoda de que al final el
otro pudiera tener razón. A veces, en el camino diario de la vida, nos encontramos con un sin fin de
signos que son una auténtica contradicción, y máxime hoy en día, que la cultura dominante es
individualista, centrada más en los derechos individuales que en los colectivos, para que todos podamos
convivir sin miedo en la diversidad. Evidentemente, ser tolerantes es algo que debe activarse
permanentemente, y ya desde la infancia ha de aprenderse, para contribuir a que las generaciones
venideras conformen un planeta más justo, con menos violencia y sin discriminación.
Sí en verdad queremos estar preparados para poder disculpar los defectos de los demás, hemos
de tener claro y de reconocer los derechos humanos universales y la complejidad de los pueblos. Yo
mismo reivindicaba en un artículo reciente al individuo como pueblo, no como masa, convencido de que
solo podemos avanzar como familia de familias, o si se quiere como comunidad de países, con sus
singularidades culturales, pero indudablemente tenemos que recurrir a la solidaridad, o a la fraternización
humana, reconociendo que absolutamente todos, sí toda la especie, compartimos un destino común. Por
eso es tan importante la condescendencia, comprensión y hasta la misma bondad; puesto que,
benevolencia -como decía Antonio Machado- "no quiere decir tolerancia de lo ruin, o conformidad con lo
inepto, sino voluntad de bien". Efectivamente, esta energía positiva ha de partir del entendimiento y del
respeto recíproco de todas las partes en cuestión. De ahí la importancia de educar para la convivencia
desde la pluralidad de cultos y cultivos, como un manantial de creatividad y de renovación para todas las
sociedades.
Por supuesto, sí todos somos imperfectos y necesitamos de esa clemencia de nuestros
semejantes, luego por la misma razón hemos de tolerar los defectos del mundo, hasta poder encontrar la
solución global que nos permita ponerles remedio. Para ello, indivisibles unos y otros, tenemos que dar
ese paso efectivo, tan vital para el momento actual, en la búsqueda del restablecimiento de los sanos
principios avivados por Naciones Unidas. En todo caso, tampoco se puede tolerar el mal, porque causaría
trastornos mayores y dejaría de ser un bien. Este es un gran reto en los tiempos reinantes, ya que en
nombre de un falso concepto de disculpas o de tolerancias, en ocasiones se termina persiguiendo a los que
defienden la verdadera autenticidad del vinculo comprensivo que ha de unirnos en el viaje compartido
hacia un futuro armónico y esperanzador para toda la especie. Precisamente, la diplomacia tan fomentada
desde los gobiernos, considerada como llave maestra de entendimiento o arte de lo viable, se basa en la
constante convicción de que la armonía se puede alcanzar antes con la mano tendida que con
demostraciones de fuerza, con la escucha en lugar de los reproches, con el diálogo en vez de dar la
callada por respuesta.
Sabemos que la paz no es simplemente ausencia de guerras, sino que es obra de justicia, de
tolerancia y de solidaridad. Y la justicia, como principio, requiere la disciplina de la entereza más
paciente. No se trata de que olvidemos los defectos de los demás, sino de hacérselos ver, ayudándole a
que pueda avanzar mediante nuestro incondicional apoyo tolerante. Hemos de cambiar actitudes, lo que
requiere una educación en valores, y no solo en contenidos, para toda la humanidad. Que nadie quede
excluido. En tiempos revueltos, de incertidumbre, los hay que intentan explotar el miedo y los temores, en
lugar de pensar que son más las analogías que nos unen, y que tenemos que ser solidarios, recordando que
la activa compasión comienza con cada uno de nosotros cada día, justo en el momento de relacionarnos
con los demás. Al menos como decía, el profesor de física y científico alemán, Georg Christoph
Lichtenberg (1742-1799): "concede a tu espíritu el hábito de la duda, y a tu corazón, el de la tolerancia".
Y aunque no nos guste ser tolerantes, pensemos que nos une el mismo lenguaje, el del amor que nos
empuja a tener, cuando menos el mismo respeto que pedimos por nosotros.
Pienso, por tanto, que debemos seguir siendo fieles a los ideales trazados y que constituyen la
esencia viva de la Carta de las Naciones Unidas y de la Declaración de Derechos Humanos; y, entre estos
valores, está el de ser tolerantes, lo que establece una necesidad concluyente en un mundo tan
interconectado como en el que vivimos. Por otra parte, los diversos sistemas educativos han de formarnos
en el valor para acercamos más los unos a los otros, sin complejos, para entender las diferencias, no como
distanciamiento, sino como una invitación al intercambio de ideas. El estar preparados para disculpar las
carencias de los demás, aunque muchas veces el daño comience en nuestra egoísta visión, es parte de la
solución a los desafíos de la época. Sin duda, este ejercicio formativo ha de servirnos para tomar una
mayor conciencia y un mayor respeto hacia los derechos humanos universales y las libertades
fundamentales. Uno no es tolerante porque sí, lo es porque ha sido enseñado para ello, se le ha inculcado
haciéndole participe que una humanidad fraternizada implica vivir y trabajar como una familia, sobre la
base de la reconciliación, en beneficio de la enorme riqueza que representa la variedad cultural.
Y bajo esta multiplicidad de latidos, todos ellos diferentes pero confluentes, hemos de contribuir,
cada uno con su aporte, a que el mundo sea un lugar apto para el conjunto de la especie humana. Nos lo
merecemos. De qué nos sirve poder viajar, ir de aquí para allá, si aún no contamos con un planeta de
moradores que nos comprendan. Actívese en el alma la razón de ser ciudadano del mundo, que no es otra
que la cultura del encuentro, la única capaz de construir un orbe más humano, en el cual no nos importe si
la persona es blanca o negra, judía o musulmana. Naturalmente, un espíritu tolerante jamás vive en la
indiferencia y no conoce la apatía a la hora de aceptar a los demás. La tolerancia no significa indiferencia
ni aceptación desganada hacia el semejante, es una actitud ante la vida basada en la comprensión mutua y
en el respeto al prójimo, para que se sienta próximo siempre, con la certeza de que la diversidad mundial
hay que aceptarla y jamás temerla. Entiendo, en consecuencia, que cualquier acción puede ser tolerada,
siempre y cuando la razón sea libre para poder cesarla. Quien no tolera la intolerancia tampoco es
tolerante. Pongámonos, pues, todos con espíritu de alianza familiar, para que al fin, se familiarice la
especie sin grilletes ni muros.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
9 de noviembre de 2014