Conspiraciones, ¿verdad o mentira?
P. Fernando Pascual
8-11-2014
Las teorías sobre conspiraciones tienen un gran atractivo. ¿Por qué? Porque a través de las
mismas muchos suponen que llegan a conocer páginas misteriosas de la historia humana.
Algunas de esas teorías pisan sobre un terreno más o menos sólido: resulta ingenuo suponer que
todo ocurre “por casualidad”, cuando en realidad existen misteriosos confabuladores que
mueven hilos decisivos de la historia humana.
Otras teorías conspiratorias ofrecen pistas sugestivas, pero sin pruebas. Otras, simplemente, son
fruto de mentes alocadas.
No faltan teorías falsas elaboradas hábilmente por quienes buscan ocultar sus propias intrigas y
conspiraciones reales a base de apuntar el dedo hacia quienes no tienen ninguna culpa en los
hechos.
Un resultado dañino que produce la divulgación de falsas teorías sobre conspiraciones consiste
en generar una nube de desconfianza que ofusca e impide analizar con atención otras teorías
verdaderas o, al menos, más cercanas a los hechos.
Desde luego, no todos los accidentes que provocaron la muerte de un candidato político han sido
planeados por su adversario. Lanzar la idea es sugestivo, pero sumamente injusto si no hay
pruebas. Pero quienes inventan teorías en situaciones similares, no sólo dañan al candidato
inocente, sino que promueven ese clima de recelos que impide indagar más a fondo en otros
“accidentes” que sí fueron realmente provocados.
Por eso, ante tantas teorías sobre intrigas y conspiraciones, ante quienes imaginan venenos sin
pruebas que habrían provocado la muerte de un personaje famoso o acelerado el cáncer de un
presidente conflictivo, hay que mantener una actitud de cautela y de seriedad.
No todo lo que brilla es oro, ni toda supuesta conspiración es falsa (o verdadera). En algunos
casos, bastará con observar con atención los hechos y promover investigaciones serias para
desmentir suposiciones absurdas o para confirmar sospechas terribles. En otros casos, por
desgracia tal vez muchos, no lograremos en esta vida una certeza clara sobre hechos que
sorprenden y que inquietan, tras los cuales hay intrigas y malicias inimaginables.
Ante tantas teorías conspiracionistas, algunas realmente ridículas, vale la pena un esfuerzo por
reconocer y rechazar bulos que giran de boca en boca. Entonces habrá más tiempo para dirigir la
mirada a asuntos más serios sobre los que casi no existen teorías conspiratorias, pero en los que
pueden darse maniobras sumamente graves que merecen ser descubiertas y denunciadas con
firmeza.