Contrariedades
P. Fernando Pascual
18-10-2014
Empieza el día. Nos aseamos. Vamos a la cocina para tomar un café. La cafetera está inutilizable.
Primera contrariedad.
Salimos a la calle y vamos hacia la estación de metro. Anoche hubo tormenta e inundaciones. Hay
problemas con los horarios de trenes. Segunda contrariedad.
Llegamos a la oficina. El jefe está de mal humor y nos reprocha el bajo rendimiento. Tercera
contrariedad.
Volvemos del trabajo con el deseo de un poco de descanso. Encendemos la computadora. Notamos
algo extraño: un virus está en plena acción. Cuarta contrariedad.
Las contrariedades son un ingrediente casi inevitable de la vida. En parte por lo que algunos
denominan como “ley de la conservación de la miseria”, de la que deriva la tristemente famosa “ley de
Murphy”. En parte porque nada es seguro al cien por ciento en un mundo tan cambiante como el
nuestro.
¿Cómo afrontar las contrariedades de cada día? Es fácil aconsejar paciencia, pero cuando ocurren
ciertos hechos en el momento más inesperado...
Si miramos cada eventualidad desde una mirada más amplia, nos daremos cuenta de que no sirve para
nada desesperarnos. No funcionó la cafetera, no llegó el encargado de la ventanilla, no alcanzamos a
tomar a tiempo el autobús. Pero seguimos vivos, hay personas que nos quieren, existe en el cielo un
Dios que nos espera.
La vida es un continuo sucederse de hechos. Algunos que nos parecen dañinos, a la larga muestran un
resultado benéfico: el coche estropeado nos impidió acudir a una cita que habría dañado a toda la
familia... Otros, que claramente parecen “negativos”, pueden hacernos más humildes, más
comprensivos, más abiertos a las necesidades de otros.
¿No hay a mi lado muchas personas que esperan e imploran un poco de ayuda? ¿No puedo convertir
esta contrariedad en un momento para dejar mis planes y pensar en escuchar y aliviar a otros en sus
dificultades?
La computadora ha vuelto a funcionar. Llega el momento de entrar en contacto con amigos y
conocidos, de dar un vistazo a noticias que hablan de tantos dolores humanos o de alegrías tras una
cosecha generosa.
Más allá de lo que ocurre, permanece un Amor eterno, el de Dios que es Padre, que cuida de los
jilgueros y de los jazmines, que acompaña y ayuda a cada uno de sus hijos más pequeños.