Malos ejemplos, buenos ejemplos
P. Fernando Pascual
11-10-2014
Un mal ejemplo escandaliza, desanima, confunde. Un buen ejemplo fortalece, ilumina, empuja hacia la
virtud.
En el camino de la vida encontramos malos y buenos ejemplos. Los primeros provocan en el corazón
un sentimiento de tristeza; en ocasiones, por desgracia, llevan a algunos a abandonar la lucha y a iniciar
un camino de pecado. Los segundos, alegran y estimulan hacia el bien, sobre todo cuando sacuden la
propia conciencia y nos obligan a dar un fuerte golpe de timón.
La mirada no solo va hacia afuera, sino hacia uno mismo: ¿qué ejemplos doy a quienes están cerca o
lejos de mí? ¿Impulso hacia el bien, o escandalizo a los más vulnerables?
Desde luego, no basta con actuar simplemente para dar buen ejemplo. La vida ética no se mantiene en
pie porque otros nos miran. Lo importante es tener convicciones sanas, corazones magnánimos, mentes
abierta a Dios y a los demás, conciencias despiertas y bien formadas.
Si acogemos como principio fundamental de nuestros actos entregarnos por entero a Dios y a los
demás, nuestra vida brillará de un modo particular y se convertirá en fuente de ejemplos que arrastran
hacia la virtud.
En un mundo de oscuridades y de antitestimonios, hacen falta santos cercanos y fieles, ejemplos vivos
de la belleza del Evangelio. Esos santos, es necesario reconocerlo, surgen cuando hombres y mujeres
acogen la gracia y toman muy en serio la llamada de Cristo a la conversión y al amor hasta darlo todo
por los hermanos.