Conferencias, ateísmo y Dios
P. Fernando Pascual
6-10-2014
Algunos conferencistas que defienden ideas ateas o que atacan la noción del espíritu son
realmente brillantes. Usan palabras, gestos, diapositivas de modo atractivo, hasta el punto que
incluso entre oyentes que creen en Dios y en el espíritu suscitan admiración y una pizca de
simpatía.
Sin embargo, detrás de un discurso brillante y de palabras pronunciadas de modo convincente,
puede esconderse un enorme engaño. Porque no basta con ganarse la benevolencia y los
aplausos de la gente para alcanzar la verdad. Lo importante para cualquier discurso no radica en
el brillo ni en la lucidez ni en la aparente seguridad de quien lo pronuncia. Lo que realmente
importa es la verdad.
Por eso, frente a temas tan importantes como Dios y como la naturaleza del alma, no es
suficiente poner gráficos, mostrar filmados interesantes, explicar fórmulas y números, acumular
frases de científicos más o menos importantes. En temas que se refieren al sentido auténtico del
mundo, de la vida, de la ética, sólo vale aquello que avanza hacia la verdad.
Surge entonces la pregunta: ¿resulta posible lograr algo en claro sobre esos temas? ¿No habría
que dejarlos en el ámbito de lo privado, dentro del círculo de esas convicciones que cada uno
lleva en lo más íntimo de su corazón?
El ser humano, si llega a convencerse de que el alma es inmortal, de que existe un juicio tras la
muerte, y de que hay un Dios justo y bueno, no puede aislarse ni dejar de ofrecer a otros sus
conclusiones. Como hay ateos o agnósticos que desean sacar a los creyentes de lo que
consideran errores dañinos, también hay creyentes que están seguros de que su fe ayudará a
otros a encontrar esas verdades que guían y dan sentido a la vida humana.
El debate sobre Dios conserva una actualidad ineliminable. El modo de vivir y de morir es
totalmente distinto cuando en la mente y en el corazón uno cree en Dios y en la eternidad, o uno
cree que un día quedará reducido a pedazos de materia cósmica.
Mientras seguimos en el camino de la vida, no podemos dejar de lado temas decisivos, ni dejar
de ofrecer, con respeto y solidaridad, esas convicciones que guían nuestros pasos. Lo único que
interesa, más que brillar ante cámaras y aplausos, es avanzar un poco hacia aquellas verdades
que dan sentido a la existencia de uno mismo y de los hombres y mujeres que nacen, sufren, ríen
y mueren a nuestro lado.