Francisco
Parecería ser una personalidad que nunca pierde vigencia.
Lo suyo parece ser por sobre el tiempo.
Por más que, al mirar su vida se descubran posturas y actitudes que responden a
su tiempo, lo suyo conserva una vigencia que se vuelve atrapante.
Muchas veces, de él, sabemos y nos quedamos en su amor por los animales.
Es casi como quedarnos en las figuras que algún libro posee sin detenernos a la
lectura del texto que acompaña dichas figuras.
Su amor por los animales es muy relativo ya que lo suyo dice, a gritos, de su amor
por todo lo que hace al universo.
Es un enamorado de todo lo que dice de la acción de Dios ya que ello le servía para
comunicarse con Dios razón última de su amor.
Si se debiese encontrar una palabra que resumiese todo lo que hace a la vida de
Francisco, tal vez, deberíamos quedarnos con la palabra “apasionado
Francisco ha sido un apasionado y, por lo tanto, todo lo suyo está pleno de la fuerza
de la pasión.
La suya fue una realidad signada por un momento de conversión.
Esa realidad que le llevó a un cambio radical en su vida no modifica la pasión con la
que vivía y vivió.
Con intensidad vivía su juventud plena de buen pasar, amistades y aventuras.
Era un joven apasionado de la vida y no dudaba en beber a grandes tragos todas
las oportunidades que esta le ofrecía.
Hasta que un día Dios entró en su vida.
Se apasionó tanto por Él que no dudó en dejarlo todo para seguirlo.
De todo lo que poseía supo que nada le servía para ser fiel a lo que Dios le pedía.
Dejó todo y sin nada más que su cuerpo y su pasión se puso a vivir un estilo de
vida que la inmensa mayoría no llegaba a comprender.
Cuando uno ama con pasión no duda en tomar posturas que pueden resultar
incomprensibles.
Sus familiares entendían que había perdido la razón.
Sus amistades le miraban, al comienzo, con ojos grandes de admiración
incomprensión y respeto.
Aquel joven acostumbrado a vivir la buena vida comenzó a reconstruir, según había
entendido, el templo de San Damián.
No podía comprender que Dios le había llamado a reconstruir la Iglesia en cuanto
tal.
Una Iglesia llena de riquezas y poderes. Una Iglesia llena de estructuras que la
alejaban de la gente más amada por Jesús.
Él en su sencillez entendió que había sido llamado a reconstruir paredes de un
templo transformado en ruinas.
Pese a su mal entender comienza una titánica tarea con la fuerza de sus manos
jóvenes y la entrega de su pasión. Eso le hace inmensamente feliz aunque debe,
producto de su opción, vivir de la caridad pública.
Ese cambio no pasa desapercibido por sus amigos. Su felicidad no es indiferente
para ninguno de ellos.
No invita a nadie a realizar su opción.
La fuerza de su pasión hecha felicidad en él se transforma en su más poderosa
invitación.
Muchos se deciden a seguirle.
Muchos ven con simpatía a aquellos monjes que recorren las calles de su pueblo en
busca de algún trozo de pan a cambio de una sonrisa y una sencilla gratitud.
Todo le resulta poco para vivir su pasión por ese Dios al que descubre día a día
amándole y acompañándole.
Junto a su persona se va formando un movimiento de seres que viven con tanta
fortaleza y sencillez como él sabía vivir.
Bien se podría decir que se enamoró del amor y lo hizo manifestación con su
entrega y pobreza.
Es esa pasión la que se ha quedado en el tiempo mostrándonos que es posible vivir
por una causa cuando esa no es uno mismo ni se limita a lo personal.
Esa pasión llega hoy hasta nosotros con toda su fuerza y nos desafía a poder
intentarlo.
Padre Martín Ponce de León SDB