SU ÚLTIMA FUNCIÓN
Lentamente las luces del escenario fueron perdiendo brillo.
Solamente un foco direccional alumbraba el centro de la escena.
El público, de pie, brindaba un cerrado aplauso.
El telón, lentamente, comenzó a cerrarse.
El público retomó con mayor fuerza su cerrado aplauso.
Era su última función.
Durante mucho tiempo había permanecido en el escenario.
Se había ganado un espacio y había brindado lo mejor de ella.
Dotada de una voz plena de matices y dominadora de los silencios.
Sabía cautivar con sus ojos grandes y unos pocos gestos.
Su sola presencia podía hacer pasar el tiempo sin que uno se diese cuenta de ello.
Parecía que la alegría estaba instalada en ella y en su capacidad de dar color a unos
relatos llenos de vida.
Tenía un estilo muy personal y sabía llevar con distinción su elegancia.
No ocultaba sus años ni buscaba disimularlos mediante los retoques de las cirugías.
Sabía de su valer por ella misma y no por su aspecto externo.
Quizás lo único que llevaba como originalidad era algún pañuelo o alguna otra
prenda en su cuello.
Su abuelo supo ganarse un espacio muy destacado por su actividad literaria.
Alcanza con tener un algo de tiempo para adentrarse en algunas de sus páginas
para recordarlo y reconocerlo.
Su padre supo distinguirse por su talento escultórico.
Suficiente es mirar con ojos abiertos algunas de sus esculturas para admirar su
talento.
¿Ella? Según dijo en una oportunidad “dedicada a la más efímera de las artes”
No contó, al decir esa frase, con la existencia de las películas que inmoralizan
actuaciones ni los videos que prolongan interminables las funciones.
Por ello lo suyo no habrá de concluir con un último aplauso.
Quizás para muchos hablar de Concepción Matilde será hablar de una desconocida
pero no lo será el decir de “China”.
Sí, ese ser que es rioplatense porque nunca dejó de ser uruguaya por más que
labró su carrera en la otra margen del río.
Su traslado a la vecina orilla fue circunstancial pero allí se quedó durante
muchísimos años ganándose el reconocimiento y la admiración de un ambiente no
muy propenso a lo de otras tierras.
Nunca pudieron “apropiarse” de ella y, tal cosa, no hace más que engrandecer su
persona y su capacidad.
Su voz le hacía parecer más a una persona de barrio o de arrabal pero era más que
suficiente algunas de sus palabras para dejar traslucir su clase y su distinción.
Era, sin lugar a dudas, toda una dama en el mejor sentido de la palabra.
Sabía que con su modalidad no podía ocupar lugares secundarios en ninguna
reunión pero jamás buscaba llamar la atención ni acaparar la conversación.
Con gusto sabía ocupar ese lugar central que la vida y sus cualidades le hacían
ocupar.
Tenía, también, la capacidad de saber respetar ese espacio que sus oyentes
necesitaban para reír sin perder el hilo de sus relatos.
Iniciaba una conversación e iba y venía por mil colores y vericuetos para luego
retornar al punto de partida de su relato.
Sin necesidad de recursos ajenos a lo culto sabía brindar sus anécdotas con
absoluta gracia y distinción.
Sin duda que el teatro ha perdido a una gran señora de las tablas.
Sin duda que el país ha dejado de tener una gran embajadora de nuestra cultura.
Ella era, simplemente, “China Zorrilla”
Alcanzaba escucharle o verle actuar para saber que era mucho más que ello.
Era “Zorrilla de San Martín” y un trozo de distinguida cultura se adhería a su
persona.
Las luces pierden fuerza. El foco central cae con toda su fuerza.
Se levanta de la silla donde ha brindado su conversación.
Esboza una reverencia a modo de postrer saludo.
El público se pone de pie y desata una ovación.
El telón comienza a cerrarse.
“China Zorrilla” ha concluido su última y definitiva función. Haya paz en tu tumba.
Padre Martín Ponce de León SDB