UN INTERROGANTE
Desde hace un tiempo ese ser se me ha vuelto un signo de interrogación.
Lo “encontré” “de pura casualidad”, que es una forma que tenemos a esas cosas de
Dios que nos suceden sin que tengamos explicaciones.
Como casi todos los jueves debía realizar un determinado recorrido.
Ya sabía, casi de memoria, las calles por las que debía transitar.
Ni bien llegué a una calle m dí cuenta que algo sucedía.
Los coches, que siempre pasan ágiles, pasaban con increíble serenidad.
De lejos podían verse a los inspectores de tránsito haciendo señas para ordenar el
tránsito.
Una máquina y unos obreros, con sus chalecos naranjas, hacían saber que algo
estaban realizando en una esquina.
Ello era la razón de la alteración del fluir del tránsito.
Como me era posible evitar aquel lento pasar por el lugar donde se están
realizando tareas me introduje por una calle por la que nunca había recorrido.
No debía realizar ninguna cuadre de más y ganaba en velocidad para alejarme de
aquel atolladero.
Una cuadra, doblo y…………..
Sentado en una silla, de esas blancas que suelen haber en algún patio o en algún
jardín, estaba él.
Nunca le había visto por ninguna calle de la ciudad. Como si esa fuese su única
calle,
Miraba la calle aunque, la suya, es una calle apenas transitada.
Piel oscura, más oscurecida por muchos tiempos al sol.
Cabellos, casi blancos, largos y desprolijos.
Barba abundante y llena de gris.
Quien me acompa￱aba dijo: “Mire, allí está usted” y lanz￳ una carcajada.
Desde ese día, siempre que debo ir para ese lado de la ciudad, lo hago por esa
calle.
Suele estar sentado en la silla formando parte de la cuadra.
En oportunidades de viento lo he encontrado dentro del predio de su casa entre
enredaderas y algunos arbustos.
Algunas cosas llaman mi atención y abren un gran interrogante sobre esta persona.
Siempre está solo. Ni siquiera le acompaña una radio. Solamente una vez le
encontré, con un tarrito en la mano, en el frente de la casa vecina.
No lo rodean animales. Allí no se ven ni perros ni gatos.
Siempre está con la misma ropa. Siempre viste lo mismo aunque no tenga aspecto
de suciedad o de abandono.
Siempre saluda. Cada oportunidad en la que paso por delante de su casa él levanta
su mano en señal de saludo.
No está rodeado de mugre. Junto a él no hay otra cosa que enredaderas que
ocupan todo y su silla reluciente de blanca.
Cada vez que paso y le veo muchas preguntas surgen en mí.
Sé que, cualquier día de estos, habré de ir con tiempo como para detener el coche
y bajar a conversar con él.
Para algo Dios quiso doblase por esa calle y lo viese.
Para algo Dios quiso que casi siempre estuviese sentado en el frente de su casa.
Para algo Dios quiso me llamase la atención su soledad.
Para algo Dios quiso aquel ser se me hiciese una gran interrogante.
¿Vivirá solo? ¿Precisará una mano?
¿Cómo se llamará? ¿Podremos, desde la parroquia, ayudarle en algo?
¿Tendrá necesidad de ser escuchado?
¿No será mejor que antes de hablar con él pregunte sobre su realidad a alguno de
la casa vecina?
¿Cuántos habrá como él?
¿Estaré atento para ver esos seres que Dios se encarga de poner en mi camino?
¿Por cuántos habré pasado sin que me diese cuenta de su estar allí?
Mientras estas preguntas giran en mi mente le imagino sentado frente a su casa y
veo me surge una gran interrogante.
Padre Martín Ponce de León SDB