EL VALOR DE NOSOTROS MISMOS
No es muy fácil aceptar que no es correcto compararnos con los demás.
Parece como que la comparación es un algo superior a nuestras convicciones.
Tenemos muy claro que cada uno es distinto a los demás.
Sabemos que lo que hace que cada uno sea distinto va mucho más allá de
realidades exteriores.
Quizás en lo externo podemos tener alguna similitud, algún parecido.
Quizás en lo interior podemos encontrar coincidencias con otros.
Pero la suma de ambas realidades nos hace saber que somos únicos e irrepetibles.
Somos un original producto que nos hace saber únicos.
Pese a nuestra unicidad siempre estamos tentados a comparaciones sin sentido.
Desde nuestros primeros años de escuela sabemos que no podemos comparar
realidades diferentes pero........
Muchísimas veces, inconscientemente, nos encontramos comparándonos con los
demás.
Generalmente esas comparaciones las realizamos con seres que nos aventajan en
esa cualidad con la que establecemos la comparación.
No solamente estamos mal en compararnos con alguien distinto sino que, desde el
comienzo podemos saber que habremos de salir maltrechos de tal comparación.
Cuando comparamos nuestra cualidad con alguien que posee la misma en
condiciones inferiores a la nuestra también salimos maltrechos de tal comparación.
Las cualidades que cada uno posee no son para establecer comparaciones sino para
apreciarlas en su justa medida, valorarlas en su real dimensión y descubrirlas como
un regalo de Dios para poner al servicio de los demás.
Al establecer comparaciones estamos demostrando una insatisfacción de nuestras
cualidades y, con ello, demostrando una insatisfacción por lo que somos.
Es como quien no está conforme con su aspecto físico. Es un hecho inmodificable
que debemos saber aceptar.
Por más que cultivemos nuestras cualidades siempre nos habremos de encontrar
con quienes nos aventajen y por lo tanto debemos aprender a convivir con la
necesidad de cultivar nuestras cualidades pero siempre aceptando que la misma es
limitada conforme a nuestra realidad.
Saber aceptarse no es un acto de vanidad sino un acto de honestidad.
Es, desde allí, que comenzamos a crecer porque somos honestos para con nosotros
mismos que es la primera forma de ser honestos para con los demás.
Desde esa honestidad es que hacemos crecer y fructificar nuestras cualidades.
No nos avergüenza ser lo que somos sino que descubrimos que ello es lo mejor que
poseemos.
No valemos por lo que podemos ser o por lo que seremos algún día sino por lo que
somos hoy.
Valemos pese a todas esas abundantes limitaciones que podemos encontrar en
cada uno de nosotros.
Somos un perfecto dibujo donde las sombras sirven para resaltar las luminosidades
y necesario se hace la presencia de esas sombras que solas carecerían de sentido y
cuya ausencias haría que las luces no poseyesen tanta luz.
No nos comparemos. Aceptémonos como somos. Cultivemos nuestras cualidades a
los efectos de poder ser más útiles a los demás.
Aceptarse sin comparaciones es tener una postura positiva ante la vida y es desde
allí que comenzamos a construir nuestra felicidad.
Nuestra felicidad no es la suma de momentos sino el resultado de una actitud
interior.
Es el producto del saber que siempre somos destinatarios de una cantidad
inmerecida de regalos de parte de Dios.
El regalo de la vida, los seres que nos rodean, la naturaleza que se nos brinda y las
oportunidades que se nos presentan.
Cada uno, ante estas realidades, habremos de reaccionar de distinta manera y ello
responde a nuestra originalidad.
No podemos pretender todos reaccionemos de igual manera o disfrutemos de las
mismas cosas.
No somos mejores que nadie pero tampoco podemos creernos inferiores a nadie. Lo
que hace a nuestro valor personal es ese sentido a nuestra vida que desde la
coherencia intentamos hacer estilo de vida.
Padre Martín Ponce de León SDB