Cáncer matrimonial
P. Adolfo Güémez, L.C.
Hace unas semanas salió a la luz una noticia impactante: el comunicador mexicano Pedro
Ferriz de Con, estaba involucrado en una infidelidad matrimonial.
Para todo México fue una noticia inesperada y escandalosa, pues Pedro era considerado no
sólo un gran comunicador, sino también un referente en el campo valórico.
Lamentablemente, la situación de Ferriz de Con es en un caso aislado. Y el adulterio se ha
vuelto cada vez más común.
Es un hecho que todo acto de infidelidad dentro del matrimonio será siempre reprobable.
Ella es un verdadero cáncer para el matrimonio. Y así como todo tumor es siempre grave,
así, toda infidelidad, sin importar el número, las circunstancias o los justificantes, también
lo es.
Cuando uno de los cónyuges –¡o ambos!– es infiel, el matrimonio se irá muriendo
inexorablemente.
No todo cáncer es mortal, así como no toda infidelidad lo es. Y donde hay una buena
cantidad de verdadero amor, siempre habrá una solución, por más dolorosa que esta sea.
Cuando alguien se entera de que tiene un tumor, lo primero que ha de hacer es actuar para
eliminarlo. Y entre más pronto, mejor.
Por su parte, el ofensor debe romper inmediatamente con esa relación. No sólo con los
encuentros, sino con toda la relación misma. Cortar todo contacto con la persona
involucrada: se acabaron los saludos, los mensajes de texto, la amistad en el Facebook, etc.
Al cáncer hay que extirparlo completamente, so pena de que vuelva a aparecer.
Además, deberá reconocer su gran error, con todas sus consecuencias. Por eso me felicito
con Pedro Ferriz de Con, quien hace poco publicó un video donde aceptaba su inexcusable
equivocación como algo «que me llegó a abrir las puertas del infierno». Se ha de ser
valiente para hacerlo, pero es la única manera de comenzar a solucionarlo.
Igualmente, la persona infiel debe estar dispuesta a reparar el daño moral que con su
conducta haya causado. Un daño tan enorme, que es incalculable, y que sin duda genera un
dolor inimaginable en el cónyuge, así como en el resto de la familia.
A veces esta expiación conllevará una larga temporada, unida a muchos gestos de fidelidad
y grandes sacrificios, que poco a poco irán reconstruyendo la confianza perdida. No
importa lo que implique, todo esto ha de ser asumido como parte del camino para
reconstruir el amor dañado.
Pero esta lucha se ha de pelear con una convicción: donde hay fe y amor, siempre habrá
esperanza. Jamás hay que cansarse de batallar, aunque a veces la desesperación nos quiera
desanimar y hacer que tiremos las armas.
En dicho proceso juega un papel fundamental también la parte ofendida. Ésta también ha de
poner todo de su parte, no para que las cosas vuelvan a ser como antes, sino para que sean
mejores. Porque el amor que ha sido probado con el dolor, si sobrevive a la prueba, será un
amor mucho más fuerte y seguro de sí.
Perdonar no le será fácil. Por eso ha de ponerse en manos de Dios para poder hacerlo de
todo corazón. Sólo en Él encontrará las fuerzas.
Esto no significa necesariamente que va a olvidar, o que no va a sentir rencor, ira e incluso
odio. El perdón no consiste en no sentir, sino en querer hacer todo lo que esté en sus manos
para que el cáncer no destruya la unión sagrada a la que un día se comprometió, en las
buenas y en las malas.
Perdonar significa querer tener un futuro mejor. Tener la libertad de poder volver a elegir
amar. Es una oportunidad muy hermosa, pues significa amar hasta el heroísmo.
Claro que la parte ofendida ha de exigir al otro todos aquellos comportamientos que vayan
de acuerdo al arrepentimiento que ha mostrado. Pero dando también una comprensión
razonable.
Queridos esposos, si son víctimas de este cáncer, no dejen que les gane. Cuentan con la
ayuda de Dios, su bendición y su deseo de que perseveren en su opción, por más difícil que
sea.
Aunque sientan que su matrimonio está por derrumbarse, recuerden siempre que no hay
nada imposible para Dios (cf. Lc 1, 37). Con Él de la mano, saldrán victoriosos.
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