Otra mirada hacia mi pasado
P. Fernando Pascual
6-9-2014
El pasado está ahí, fijo, pétreo, impasible. No podemos cancelar ese accidente. No podemos eliminar
una calumnia que todavía hoy nos crucifica. No podemos poner entre paréntesis las deudas que nos
asfixian lentamente.
Al mirar al pasado, muchos se quejan con amargura. Con un poco de prudencia se pudo haber evitado
aquel engaño. Con un poco de honestidad ese “amigo” no nos habría clavado una mentira por la
espalda. Con un poco de justicia los gobernantes habrían evitado los peores daños que nos ha dejado
esa crisis económica.
El pasado, sin embargo, no se conmueve ante las quejas o las denuncias. Lo que ocurrió no puede ser
modificado. Queda, entonces, mirarlo con realismo. ¿Cómo aprovecharlo? ¿Cómo acogerlo? ¿Cómo
aprender del mismo? ¿Cómo usarlo para el futuro?
Porque ese accidente que será curado, si todo va bien, tras varias semanas de reposo, puede hacerme
más humilde, más misericordioso, más atento a los dolores de los cercanos o los lejanos.
Porque esa murmuración que deshizo “amistades” me enseñará a medir mis palabras, a evitar todo
aquello que pueda dañar a familiares y conocidos.
Porque esas deudas, con su presión continua, pueden llevarme a una vida más moderada, más atenta a
un sano ahorro, y a una mayor desconfianza en el dinero y en las promesas de los bancos.
Las piedras del pasado no son simplemente algo que me presiona o me paraliza. Son, si me pongo a
trabajar, materiales con los que continuar a construir mi propia vida.
Miro al pasado con toda su historia de misterios. Lo bueno me llena de paz. Lo malo me entristece,
pero no me inmoviliza.
Ante mí está abierto un camino lleno de miradas amigas que me esperan y me animan a la lucha. Sobre
todo, ante mí está un Dios que cuida de cada uno de sus hijos, que me ofrece su perdón, y que me llena
de esperanza y alegría.