“Piensa en global, actúa en local”, cristianamente
P. Fernando Pascual
30-8-2014
La frase tiene una amplia difusión y muchos sentidos: “Piensa en global, actúa en local”. ¿Puede
ayudarnos a comprender la vida cristiana?
Pensar en global, a un nivel simplemente humano, significa tener en la mente y el corazón un
horizonte grande, que va más allá de los intereses inmediatos, egoístas, a veces mezquinos.
Actuar en local a la luz de lo global significa tomar las decisiones de cada momento con el deseo
de promover un bien grande, que llegue a todos, los que viven ahora y los que vivirán en los
próximos años.
Encender o apagar la luz. Tirar o reciclar una botella de plástico. Comprar plátanos importados o
manzanas de la región. Son decisiones pequeñas, pero pueden influir en la marcha global del
planeta.
Este modo de pensar y actuar tiene muchos elementos positivos a un nivel “terráqueo”, siempre
que se eviten manipulaciones o extremismos ideológicos. Pero no basta: necesita completarse
con un horizonte auténticamente global, abierto hacia el mundo de lo eterno.
La vida humana en la Tierra no lo es todo. Hubo un tiempo en que no existían los seres
humanos, y llegará el día (no sabemos si en pocos años o después de miles y miles de lustros) en
que ya no existirán.
El hombre, sin embargo, no es solo un animal que nace, respira, come, se reproduce, goza y
sufre en el tiempo presente. Tenemos un alma espiritual que nos abre a un “global” eterno.
Por eso, pensar realmente en global significa reconocer nuestro origen en Dios y nuestro destino
más allá en la muerte. Sólo entonces llegamos a vivir auténticamente según una mirada amplia,
abierta al horizonte definitivo y eterno que inicia más allá del tiempo terrestre.
Pensar en global, cristianamente, implica recordar aquellas palabras de Cristo: “Pues ¿de qué le
servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a
cambio de su vida?” ( Mt 16,26). “Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que
permanece para vida eterna...” ( Jn 6,27).
Luego, empieza el momento de actuar en local, con la mirada puesta, sobre todo, en los que
tienen hambre, padecen sed, están desnudos, sufren enfermedad... Porque lo que hagamos por
ellos, lo hacemos al mismo Cristo (cf. Mt 25,31-46).
Ello no implica dejar de lado el esfuerzo para conservar limpios los ríos, sano el aire que
respiramos, pujantes los bosques, fuertes las cosechas. La naturaleza ha sido encomendada a
nuestra custodia, no a nuestra explotación. También eso es parte de la justicia que debemos vivir
si queremos llegar al mundo de lo eterno.
“Piensa en global, actúa en local”. Hoy tenemos en nuestras manos un día pequeño, efímero.
Con lo que pensamos, con lo que hacemos, somos capaces de abrir espacios a un mundo más
limpio (cf. Benedicto XVI, encíclica “Spe salvi” n. 35), y a una eternidad que acoge sólo a
quienes vivieron, alegremente, el mandato del amor.