UN HUMILDE REGALO
Así me dijo aquella persona cuando me entregó un ramillete de violetas.
Quizás en alguna oportunidad me había escuchado hablar de esas flores.
Flores que, para mí, poseen una extraña fascinación.
Son flores pequeñas y simples pero jamás pasan desapercibidas.
Es que, generalmente, lo primero que uno descubre es su aroma dulzón y
penetrante.
Ocultas entre las hojas redondas y intensas de verde de sus plantas se encuentran
ellas.
No hacen aspaviento de su belleza ni de su aroma.
Como que necesita ocultarse para ser ella misma.
Todo en ella es un delicado canto a la sencillez y la humildad.
Hasta el delicado tallo sobre la que nace es frágil y pequeño.
Sus pétalos violetas no guardan mucho espacio para otros colores.
Unos pistilos trémulos nacen desde su corazón rodeados de un naranja y un gris
casi blanco.
Todo el resto, su gran mayoría, es de un monótono violeta.
No es una flor llamativa por forma o colores.
Llama la atención por la dulzura penetrante de su aroma.
Es, entonces, cuando uno no puede evitar pensar en esos muchos seres que son
como ellas.
Son seres que no hacen ningún tipo de alarde.
Son seres que no se destacan por su aspecto exterior.
Hoy diríamos que son seres de “perfil bajo”
Pero hay algo en esa clase de seres que les impide pasar desapercibidos.
Siempre, por alguna razón, llaman la atención.
Llaman tanto la atención que uno no puede dejar de admirarles.
Generalmente son seres dotados de una gran calidez humana y de una admirable
solidaridad.
No dudan en brindar lo mejor de ellos mismos con total desinterés.
No titubean en prestar atención a lo de los demás antes que a ellos mismos.
Siempre están buscando el bien de alguien y postergándose a ellos mismos.
Son seres que existen y uno posee el gran privilegio de conocer a algunos de ellos.
Pero, sin dudarlo, son seres que no resultan muy fáciles de encontrar.
Se hace necesario estar muy atento para poder descubrirles ya que están rodeados
de seres que no dudan en llamar la atención o hacer algún tipo de alarde.
Como, también, están rodeados de seres que no dudan en realizar cualquier tipo de
aspaviento con tal de ocultarles llamando para sí la atención.
Así como las violetas llaman la atención por su aroma estas personas llaman la
atención por su entrega constante e incondicional.
Parecería como que siempre encuentran una razón válida para brindarse un algo
más.
Parecería como que siempre descubren una causa más para entregarse con todo a
lo que realizan.
Lo de ellos nunca, según ellos, es merecedor de una ponderación o un halago.
Siempre encuentran algún motivo para que se mire en otra dirección como si lo de
ellos fuese secundario porque intrascendente.
Recuerdo que detrás de la capilla, en la Colonia Nicolich, existía, luchando entre la
gramilla, una inmensa redondez de plantas de violetas.
Eran mucho más llamativas las cañas donde los chicos de la catequesis jugaban a la
escondida que ellas.
Eran mucho más llamativos los árboles de paraíso donde los chicos se trepaban en
busca de nidos que ellas.
Todo era más despertador de miradas que aquella redondez verde salvo cuando
estaban en flor.
Allí se imponía la atención a aquel aroma imposible de no atender y a la búsqueda
de alguna huidiza flor entre tanto verde.
Poder encontrar alguna flor era descubrir un hermoso tesoro.
Lograr realizar un pequeño ramillete de flores era tener un hermoso obsequio para
la eucaristía de ese día.
Encontrar algún ser similar a las violetas es encontrar un gran obsequio que Dios
nos hace.
Por ello es que está lejos de ser un humilde regalo.
Padre Martín Ponce de León SDB