El 9/11 y un encuentro con el Misterio
Padre Luis A. Rivero
Arquidiócesis de Miami
Recién conmemoramos el 10mo aniversario de aquel trágico 11 de septiembre
de 2001. Estoy seguro que ustedes recuerdan dónde estaban y lo que hacían
aquel día. Quizás se encontraban de camino a su trabajo, de regreso tras dejar a
los niños en la escuela, o disfrutando una taza de café. Quizás ya habían
comenzado su día y se encontraban en medio del ajetreo diario.
Recuerdo claramente, como si fuera ayer, que nos dirigíamos hacia el segundo
período de la clase de Introducción al Catolicismo Romano, en el seminario
escuela de St. John Vianney, cuando nos interrumpieron con las noticias sobre el
primer vuelo de American Airlines que se había estrellado contra el World Trade
Center. El miedo que inundó nuestros hogares y centros de trabajo era muy
palpable.
Escribo este blog mientras me encuentro disfrutando un tiempo de descanso y
relajamiento en la ciudad de Nueva York. Pensé que sería apropiado visitar el
lugar para recordar nuevamente la tragedia y la esperanza que allí ha surgido.
Mientras iba en el tren subterráneo, leía un libro y me mezclaba con cada
ciudadano de Nueva York que vive y trabaja en la ciudad. (Si han viajado en el
tren subterráneo de Nueva York, sabrán que casi todo el mundo se concentra en
lo suyo y no habla con los demás, a menos que sea alguien a quien conoce, o un
mendigo que pide dinero.)
He utilizado el sistema de trenes subterráneos en muchas ocasiones, y nunca he
conversado con un extraño… hasta hoy. Mientras me dirigía al World Trade
Center, Sandi interrumpió mi lectura. Preguntó con cortesía si yo era un
sacerdote. Le dije que sí. Entonces me dijo que era una católica nominal.
Despertó mi curiosidad; le pedí que hablara, y me contó su historia (recuerden
que todo lo que ella sabía era que yo era un sacerdote; desconocía el lugar al
que me dirigía o el motivo para ir hasta allí).
Sandi me contó que había trabajado en el World Trade Center. Trabajó en la
segunda torre. En aquel trágico día, se encontraba en el elevador de camino al
trabajo cuando, de repente, ella y lo otros pasajeros cayeron. Al llegar a la
planta baja, los bomberos abrieron las puertas y les escoltaron hacia la calle.
Sandi dijo que inicialmente no sabía dónde ir, pues el caos reinaba en las calles.
Sin embargo, sabía que allí cerca se encontraba la iglesia de St. Peter, la que
pasaba a menudo cuando se dirigía a su trabajo, y en donde ni se molestaba en
entrar.
Le rogué que continuara.
Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras contaba cómo sabía que se
encontraría a salvo en la iglesia. Al pasar un rato de estar allí, vio a un grupo de
bomberos que cargaba un cuerpo, el que colocaron frente al altar. Ella se acercó
y vio que se trataba del capellán. Se enteró de que era un sacerdote católico, el
Padre Mychal Judge.
Ambos estábamos en lágrimas allí, en el tren subterráneo de la ciudad de Nueva
York. Había escuchado la historia, pero nunca había conocido a alguna persona
que hubiese sido testigo de su belleza.
Han pasado 10 años desde aquel funesto día en el que tantos perdieron sus
vidas – algunos en el trabajo, otros cuando se dirigían al mismo, muchos
intentando salvar vidas, y el capellán tratando de salvar almas. Como sacerdote,
no pude menos que conmoverme.
Mis amigos, yo no tenía planes de conocer a Sandi, y no tenía planes de hablar
con alguna persona en el tren subterráneo mientras me dirigía hacia el World
Trade Center o mientras regresaba. Sólo quería visitar el lugar y buscar
inspiración para escribirles. Pero este encuentro tan fascinante e inesperado me
conmovió mucho más de lo que hubiese podido imaginar.
En medio de la destrucción y del miedo, Sandi fue testigo de la belleza porque su
fe despertó a través de este acontecimiento. Fue a través de este
acontecimiento que el Misterio se presentó nuevamente. Les puedo decir sin
duda alguna que fue a través de mi encuentro con ella en el tren subterráneo,
que el Misterio – Cristo – me demostró Su rostro. El capellán que fue entregado
al pie del altar, llevado por aquellos a quienes él ministraba, predicaba el
Evangelio de Jesucristo más allá del final. Su muerte llevó a Sandi a un
encuentro con Cristo resucitado. Como ella me dijo, en medio de las
circunstancias y del caos de aquel día, él salvó su alma.
Mis amigos, este momento de gracia en el tren subterráneo de Nueva York, tan
inesperado, no planificado, no solicitado, me confirma de nuevo el llamado del
Señor a servirle más allá de cualquier frontera. Un encuentro con el Misterio, con
Cristo, no tiene preferencia de tiempo o de espacio. Con frecuencia, Él selecciona
el lugar y el tiempo más extraño para mostrar Su rostro. Como sacerdote, no
podía menos que dar gracias al Señor por recordarme mi vocación para predicar
el Evangelio hasta mi último respiro de vida. No puedo menos que darle gracias
a Aquel que siempre me demuestra Su rostro en las distintas circunstancias de
la vida, a través de una variedad de maneras.
Cuando visité la iglesia de St. Peter, cerca de la Zona Cero, el “Ground Zero”, caí
de rodillas ante el Santísimo Sacramento, y le di gracias por Su amor por mí.
Ahora les pregunto: ¿han vivido la experiencia de encontrarse con el Misterio?